Sin necesidad de declararse feminista...
Mucho
se ha habla hoy en día, del derecho de la mujer en la democracia, lo podemos
constatar en la mayoría de los programas
de TV; hablamos entre otros del derecho al voto, algo que ahora no se
cuestiona, pero que tuvo que pasar por muchas vicisitudes para conseguirlo; que
fue muy discutido y cuestionado por políticos de ambos sexos, en el periodo de
la segunda república; convencidos que era de justicia por una parte, pero sin
embargo por prejuicios de ciertos sectores de la izquierda que temían, que debido
a la cultura religiosa imperante en esos momentos, sirviera para dar el triunfo
a la derecha de nuestro país, por lo que parecían más enemigos más que
adversarios en esos momentos.
En
esta lucha por conseguir el derecho, destaca Clara Campoamor: una de las
componentes de una pléyade de brillantes mujeres que surgieron en la década de
los años veinte y que brillaron en la siguiente con la República; que fueron el
embrión de la lucha por los derechos de la mujer, que hoy ya nadie pone en
duda.
¿Por
qué ese brillo que destacamos? La sociedad de aquel tiempo no reconocía como se
ha visto después, los derechos de la mujer cuestionados por una moral
imperante, que hubo que cambiar, pero, ¿quién era esta activista de la que
ahora se habla poco? porque, no nos engañemos la sociedad sigue avanzando,
olvida a algunas personas brillantes, surgen otras, con nuevas ideas, nuevas
formas de entender la vida; y pasan al territorio del olvido.
Algunos
datos biográficos de esta gran mujer:Nació
en Madrid a finales del siglo XIX cuando la tasa del analfabetismo femenino
rondaba el 80 %. Su padre contable de un periódico, despertó en ella la
curiosidad por la noticia y por los artículos de opinión, en unos momentos
cruciales de la política española muy vapuleada por la pérdida de las colonias,
y el despertar de los intelectuales que conseguían una cierta inestabilidad,
política y social, con sus exposiciones de la marcha de la vida política en
nuestro país; que no era especialmente buena.
Hechos
que despertaron en ella, una toma de conciencia y un concepto del recto
proceder de la justicia. La
muerte de su padre cuando ella tenía diez años, obligo a dejar los estudios y
trabajar como modistilla telefonista y de dependienta. Pero
estos hechos no doblegaron a esta mujer, que a los 21 años logró por oposición
una plaza de auxiliar del cuerpo de telégrafos, con destino en San Sebastián. Pero
esto, no colmaba sus aspiraciones; porque al mismo tiempo sacó unas oposiciones
al Ministerio de Instrucción Pública, sacando la primera plaza.
De
vuelta a Madrid, como profesora de taquigrafía, traductora de francés y dando
clases de mecanografía; lo que no fue obstáculo para que sacara su
bachillerato. Lectora incansable, hicieron de ella, que fuera ideando el estilo
que demostraría después en el parlamento, para ello se licenció en derecho y se
inscribió en el Colegio de Abogados de Madrid, siendo la segunda mujer que lo
haría: Un mes antes ya lo había hecho Vitoria Kent. Su
ideología muchos pensaron que era socialista, pero ella se declaraba, demócrata,
republicana liberal, laica y feminista.
Con
la llegada de la República, se afilia al partido Radical de Lerroux, partido
que coincidía con los principios de su pensamiento de liberalismo y laico, que
ella había defendido hasta entonces. En una de sus brillantes actuaciones
parlamentarias, cuando aun se cuestionaba el centro político en España dejó
este interesante fragmento que dice así:
<<
No dejéis a la mujer, que, si es regresiva, que su esperanza estuvo en la
dictadura. No dejéis a la mujer que piense si es avanzada que su esperanza de
igualdad está en el comunismo>. Esto indignó tanto a conservadores como a
marxistas.
La
mujer por entonces, no podía ser electora, pero en cambio podía ser elegida que
contrasentido, pasado este tiempo que se nos antoja ridículo, hasta que
consiguió el acta de diputado por el citado Partido Radical, en el año 1931,
poniendo todo su empeño en conseguir que la mujer tuviera los mismos derechos
que los hombres en contra del criterio de su propio partido.
Los
obstáculos se sucedían uno de tras de otro, incluso con clara oposición a
Victoria Kent la otra gran defensora de los derechos de la mujer, porque estaba
convencida de que el confesionario haría cambiar el voto femenino, por lo que
esto podía beneficiar a la Iglesia.
Es
decir, todas las trabas que se pusieron a la consecución del voto femenino
procedían “de la caverna masculina, de los defensores del patriarcado y de su
propio partido”
Durante
esta campaña las dos mujeres presentes en el Congreso tuvieron que soportar
todo tipo de comentarios de menosprecio; y de burla hacia la mujer. Ellas en
cambio nunca se declararon feministas para conseguir sus objetivos considerando
que; para la lucha por los derechos de la mujer, no es necesario ponerle
adjetivos. Pero se la guardaron; cuando en 1934 gana la derecha, todos la
culpan del resultado que se la atribuyen a ella; de ahí surge la rivalidad
entre ambas, a pesar de que en principio las dos defendían los derechos de la
mujer.
Cae
en el ostracismo. La guerra le pilla en Madrid, donde le avergüenza la crueldad
de los milicianos. Parte al exilio, odiada por ambos bandos. Ya no pisará su
patria. El cáncer logrará, lo que no pudieron el machismo primero, ni el
extremismo después. Murió en Lausana (Suiza) tres años antes que Franco. No le fue dado
contemplar la Constitución que recoge el fruto perenne de su empecinamiento.
Escrito por Arévalo
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