8 dic 2012

13.- Conchita... Rechazo, relato



Un nuevo e interesante relato estupendo de Conchita. 


- Una historia en la que surgen las dudas de la infidelidad, el rechazo, la maldad… todo vestido con una seducción letal. Un personaje  sin piedad.











La esperaba todos los días, ella me perseguía desde hacía tiempo y en nuestras citas me decía que me amaba, que no podía soportar mi ausencia y hasta me confesaba que nunca me dejaría escapar de su misteriosa influencia. Sus palabras fascinantes me subyugaban y hacían que me creyera el hombre más deseado. En esa época de mi vida, ansiaba su brillante compañía y su sonrisa seductora. Sus ojos, negros como una noche oscura, me miraban absorbentes, como si quisieran beberme la vida, como si quisieran apoderarse del alma, y a veces, me producían miedo, algo había en su recóndita oscuridad que rompía su armonía. 
Por eso sucumbí a su seducción. Cuando llegó a mí, la vida se me escapaba,  su presencia me turbaba y aturdía, siempre dispuesta a complacerme en mis caprichos. Yo aceptaba tenerla de compañera, su bellísimo rostro no dejaba a nadie indiferente, pero a mí, a veces, cuando la miraba me parecía que iba disfrazada ocultando algún misterioso enigma. 
Era tan insistente en sus caricias y arrumacos que me encontraba abrumado, me tenía atosigado con sus constantes halagos y, sin querer, como si pretendiese encontrar una razón coherente comencé a sospechar que me engañaba y, sin remordimiento me empeñaba en darle esquinazo en nuestras citas. Por aquél entonces me recuperé milagrosamente de mis terribles angustias y cuando la encontraba a mi lado, parecía como si extendiese sus redes y me sentía atrapado de nuevo.

Y así iban pasando los días, unas veces se alejaba y otras tantas se acercaba, me quería solamente para ella y eso a mí me irritaba, porque no quería perder mi voluntad y mi albedrío  y empecé a darme cuenta de que cada vez me alejaba más de su compañía. Comencé a repudiarla, e incluso hasta sentí odio por ella. Su persecución y constancia me agobiaban, y un día se lo dije a la cara, con crudeza en mis ofensivas palabras:
- “Me molestas con tanta zalamería, y tus mentiras ya no me engañan - me aventuré a decir sin certeza - . No puedo soportar tu acoso permanente, no eres dueña de mi corazón y me hastía tu presencia y tu actitud tan entregada”. Y ella que carecía de escrúpulos y hasta de orgullo, decía que todo eran pantomimas, que un día u otro volvería  porque no tendría otro remedio, y se reía como si estuviese loca, pero yo suponía que lo hacía por sentirse despechada, ¡como si no existiese mas hombre en el mundo!. Y un día, enojada y sin reparos, me confesó que todos los hombres le atraían y que cuando yo la odiaba, se veía con otros que la esperaban y fue cuando   empezó mi verdadera agonía, esa que no te deja pensar y te va devorando la mente cada día.

A veces me daba miedo porque en sus ojos veía algo diferente y oscuro que me impresionaba, y a ella, que sabía que me atraía de forma morbosa, le bastaba para continuar con su asedio. Un día, vencido por el desasosiego y la curiosidad no pude contenerme y me convertí en su seguidor permanente para espiarla, aunque la verdad es que no era por celos, sino para ver cual era su verdadera vida. Y así descubrí la cosa más terrible que nunca hubiese imaginado. Cada vez que mantenía una cita con uno de sus muchos adoradores, al día siguiente aparecía muerto en su cama, o allá donde estuviese, y así uno tras otro, todos los días. Cuando realmente lo comprobé tras un tiempo de vigilancia obsesiva, me quedé sin respiración y me pregunté quién era aquella mujer que nos atraía y nos repelía a la vez.
Yo me encontraba cada día mejor de mis ideas depresivas y tantas emociones me daban razones para seguir viviendo, pero quise terminar con todo aquello que me trastornaba de manera peligrosa. Y un día la cité y ella con la creencia de sentirse necesitada de nuevo, acudió exultante, bella como una musa deseada, pero yo no me dejé seducir por sus destellos y le dije estas hirientes palabras: 
- “He descubierto tu miserable vida, eres como la mantis religiosa, que destruyes a quienes amas. No quiero volver a escuchar tus mentiras ni que irrumpas más en mi vida. Tu sonrisa que antes me cautivaba, ahora me envenena, tu alegría y complacencia que tanto me atraían, ahora solo me inspiran suspicacia y, sobre todo, tu indecorosa y sombría existencia, me lastima y me induce a creer que escondes la más atroz de las perversiones. Me engañaste con tus palabras embriagadoras cuando más lo necesitaba y jugaste conmigo aprovechándote de la debilidad que me hundía”.

Y ante mis horribles palabras, ella se echó a reír como siempre, segura de sí misma, casquivana y altanera y me dejó pasmado con su respuesta: 

- “Me tendrás toda tu vida más cerca de lo que imaginas, siempre me llevarás en tu pensamiento y, quizá, algún día, tu mismo me llamarás atormentado por el dolor y la amargura y, entonces, seré para ti como un bálsamo salvador de tu aliento. Sin embargo, ahora mismo puedes rendirte, solo tienes que dejarte sucumbir a mis encantos.”
- “No comprendo tus palabras, le dije, pero sé que en ellas encierras un misterio que no entiendo.”
- “No te inquietes, me dijo con su sonrisa radiante, volveré cuando tus fuerzas flaqueen, cuando no puedas superar el sufrimiento, y entonces serás mío para siempre”.
Y diciendo esto, desapareció como por encanto sin dejar rastro de su paso por mi vida. Yo me quedé alucinado pensando en sus obscuras palabras hasta que un pensamiento fugaz y turbulento iluminó mi mente, todo este tiempo había estado luchando con la misma muerte.


Conchita Alonso