17 sept 2012

5.- Victor... Cangri, el cangrejo que encontró un tomate (cuento)



Victor escribe: 


"Cangri, el cangrejo que encontró un tomate"



Los cangrejos me gustan... Esos encantadores y graciosos animales. Tienen ocho patitas y son muy observadores, con esos ojitos que sacan de debajo del caparazón y que lo observan todo. Con una mirada fría pero interesada, son curiosos; más bien cotillos, y pasan el día contemplando atentos las olas, lo que se mueve, lo que acecha, cuidando de estar pendientes de si algo les resulta interesante o suculento, porque su máximo placer consiste en probar todo lo que sea susceptible de ser comido. Son oportunistas y no tienen reparos en probar toda suerte de bocados, unas veces exquisitos, otras incomibles; claro que como no tienen obligaciones, se entretienen degustando hasta la arena de la playa. Sin por ello descuidar la vigilancia, ya que son muy vulnerables, por ser el alimento de muchos otros animales.

En una ocasión, uno de estos pequeños, paseaba tranquilamente por la playa haciendo burbujitas con la boca, un pasatiempo que les encanta. Cuando se topó con un tomate. Inmediatamente atrajo su atención, tan coloradito, tan redondo, y con un olor tan encendido. Solo de pensar en lo rico que podía estar, las burbujitas de su boca se multiplicaron, dejando sobre la arena una firma muy personal de espuma. Al ver que el tamaño del tomate superaba con creces el suyo propio, no dudó en pedir consejo a sus mayores. Sabía qué tenía que hacer para atraer a otros de sus congéneres más experimentados. Entrechocó sus pinzas en una llamada quizá de súplica, de atención, o quizá  de reclamo. Para saberlo hay que conocer el idioma de los cangrejos.

Un individuo mayor que él en tamaño, apareció de debajo de la arena, casi se asustó al verlo, pero lo reconoció de inmediato, era el más viejo del lugar y el más respetado de entre los cangrejos de la zona. Se acercó con elegancia, no en vano podía perfectamente ser su padre,  posiblemente uno de los más apuestos y elegantes de la playa, pero claro, para los cangrejos eso importa bien poco, no tienen lazos familiares. Era simplemente un cangrejo veterano con más experiencia que él, ya que había sobrevivido mucho más tiempo en un medio tan difícil y complicado; donde los depredadores se encontraban por doquier, dentro y fuera del agua. 

El experto, miraba con ojo crítico el tomate, valorando sus posibilidades. Lo que hubiese en su mente no lo trasmitía su expresión, siempre adusta y con cara de recelo, como corresponde a un crustáceo bien curtido. Con rápidos movimientos, subió a la parte más alta del tomate. Clavó su pinza atravesando la fina piel y tomó una muestra de su carne, roja y prieta, que aparentemente le debió saber a gloria; porque unos movimientos rítmicos sacudieron su cuerpo, síntoma inequívoco de estar viviendo una experiencia de lo más agradable. Nuestro protagonista, observaba mientras las burbujitas no dejaban de salir por su boca, entre los cangrejos, hacer burbujas es algo que está muy bien visto, si haces espumita eres un cangrejo educado y el resto confía en tu criterio, además de ser una inequívoca muestra de respeto cangrejil. 

En el mundo de los cangrejos no existen los nombres propios, no los necesitan, porque no hablan entre ellos, excepto para comentarse cosas importantes, pero lo hacen con signos y con movimientos. Eso no les permite mentir, ni disimular, es lo bueno de los cangrejos, que no son mentirosos. De cualquier forma, para reconocer entre la masa de individuos a nuestro pequeño amigo, lo llamaremos "Cangri".

Ignorando el motivo, siguiendo un impulso primario, los dos congéneres se pusieron a entrechocar sus pinzas, cada uno con su tono personal, perfectamente reconocible por el resto de su misma especie. Puede que a la llamada de Cangri no hubiesen acudido muchos de sus compañeros, al ser muy joven no contaba aún con mucho respeto por parte de los demás, pero las llamadas del veterano eran claras y fuertes, difíciles de ignorar. Obtuvo una respuesta unánime, aparecieron desde cualquier rincón, muchos, muchísimos cangrejos y cangrejillos, con ojillos curiosos que se acercaban a toda velocidad, olvidando por un momento imprimir a sus movimientos la elegancia propia de los crustáceos bien educados al borde del mar. Entre tropezones y choques tomaron posiciones, desplazando a Cangri lejos de su botín. Algo sumamente injusto, ya que ni siquiera había podido probar el tomate.

Demudado y desconcertado, por el desconsiderado trato recibido, Cangri se esforzó por no perder posiciones, pero la marea de cuerpos duros era infranqueable, ya era imposible reconocer la forma de aquella cosa roja y rica, aunque no la había llegado ni a probar, debía ser extremadamente sabrosa, ya que cada vez que alguno de sus compañeros lo probaba, comenzaba aquel bailecillo rítmico que tanto deseaba ejecutar él mismo. Ya no hacía burbujas, estaba irritado y como era tan pequeño, no podía competir con aquellos desagradecidos que abusaban de su tamaño. 

Del tomate ya no quedaba mucho, Cangri comprendió que no llegaría a poder probarlo, pensó que ya nunca volvería a querer compartir nada con sus congéneres. Enfadado con el mundo, decidió enterrarse en la arena para poder lamentarse a gusto. El acto de enterrarse en la arena era un arte que había aprendido observando al resto, lo había practicado en muchas ocasiones y ya lo dominaba a la perfección, era rápido. Se consideraba un artista del enterramiento, y gozaba del tiempo en que repasaba bajo tierra, lo que había hecho durante el día. A veces dejaba sin tapar sus ojillos, para ver sin ser visto, eso le encantaba, pero esta vez no deseaba aumentar su frustración viendo a los suyos devorar con ansia el tomate, que por derecho propio le pertenecía y que injustamente le había sido arrebatado. Oscuros pensamientos nacían en su mente, maldecía su torpeza al llamar a sus mayores. Aún así, no pudo evitar echar una última ojeada. 

El espectáculo era sobrecogedor, varias gaviotas blancas, grandes y poderosas devoraban a sus amigos, no sabía de dónde habían salido, pero estaban allí, engullendo a sus despistados congéneres. Las podía ver elevándose con una pobre víctima en el pico, aparecían de la nada  como una muerte blanca y alada, que con endiablada precisión, diezmaba la población de cangrejos. El desastre fue rápido, en muy poco tiempo no se veía ningún cangrejillo sobre la arena, unos habían dejado el mundo volando en los picos de las gaviotas y otros, los menos, habían conseguido enterrarse bajo la arena, como él mismo, aunque eso tampoco representaba una garantía, ya que las gaviotas sabían sacarlos de ahí. 

Finalmente, las gaviotas dejaron de husmear con el buche bien lleno, y Cangri pasó del miedo al alivio, viviría un día más, porque el destino había querido que no probase el tomate, pero a cambio le había preservado  la vida... 

(Nunca se sabe lo que nos depara el destino y lo que ahora nos parece una catástrofe, puede convertirse en una bendición).



Victor







10 sept 2012

4.- Lorenzo, Dionisio, Angelines... "Especial poemas"

Lorenzo escribe:


"Aquel sendero del Duero"



Sendero llenos de dudas
que el tiempo las fue trazando,
mañanas, frías y crudas
que en Hontoria se van pasando.


Sendero pleno de vida
que al Duero baja buscando,
alguna ilusión perdida
que sola se fue marchando.


No tiene el sendero huida
me comentó un buen anciano,
esta tierra es tan sentida
que llora el más fuerte humano.


Senderos llenos de sueños
con promesas no cumplidas,
atardeceres risueños
de pasiones confundidas.


Cae la tarde sobre el Duero
la nostalgia se hace fuerte,
allí el amor verdadero
parece tener más suerte.


Bajar camino del Duero
en tardes de Verano,
suele ser tan placentero
que el sendero es más humano.

Los juncos de la ribera
adornan el sendero,
son testigos a la espera
de escribir un romancero.


El agua brilla en la noche
que bonito suena el Duero,
no escucho ningún reproche
veo su cauce altanero.


Llora el anciano su ausencia
al no pisar el sendero,
piensa que el Duero es la ciencia
donde el hombre se hace austero.


El  Duero sigue su cauce
y hasta allí llega el sendero,
entre chopos y algún sauce
testigos de algún te quiero.

_________________________________________________________________________________

Dionisio escribe:

"Va de vinos... y de vinitos"





¡Ho licor exquisito!
¿de dónde vendrá tu descendencia?
que sin tener pies te hayas en todas las fiestas.

Más dulce que las patatas

que a los hombres más valientes
los haces andar a gatas.


A tu madre la pusieron “Parra”

y  por apellido “Cepa”
te pisaron las tripas para que a ti te parieran
saliendo tan buen danzante.


El que se meta conmigo

le tumbare de cabeza
¿de dónde vienes? al lagar.



¿Y dónde vas?  a Cuba
¿llevas toda la documentación?
– No, entonces al calabozo.




______________________________________

Angelines escribe:


"La canción de mi niñez"




La música  del cielo quisiera darte
porque de la tierra ya no es bastante
en medio de la plaza, cayó la luna
se hizo cuatro  pedazos, tu cara es una. 

Morenas van por la calle
¡como van tan deprisa! ¡no las ve nadie!
la joven en el campo llueve y se moja
porque la pobrecita no lleva ropa.

La iglesia se ilumina cuando tú entras
y se llena de flores  cuando te sientas
quédate con Dios Ángeles, hasta mañana
que  en la puerta de la iglesia, veré tú cara.


9 sept 2012

3.- Victor... "Una historia gatuna"

Victor escribe:



“Una  historia gatuna”


Me gusta recordar aquellos tiempos en que la inocencia se mezclaba con la naturalidad y permitía que las personas pareciesen ser un permanente soplo de aire fresco; no me puedo referir a otro momento que al de la niñez, siendo consciente de que es imposible saber y haberlo vivido todo, lo único que puedo recordar es mi propio pasado, y aunque por  desgracia no todo, pero siempre de una forma muy personal, así es la naturaleza de la memoria, totalmente caprichosa.
Vivía con mi familia, en una de esas casas con parcela alrededor, las llaman chalés, con su jardín, sus aceras bordeando la casa, con su valla, y las plantitas, una preciosidad que nos tenía a todos permanentemente pringados reparándola, arreglándola y manteniéndola, sobre todo los fines de semana. Una morada tan estupenda, es para una familia que pueda pagar quien le haga las cosas, pero la historia no cuenta ninguno de esos detalles.  Habla de un día de verano, uno de esos, en que el canto de las chicharras  obliga a recordar el calor que hacía, un bochorno que se tornaba líquido y pastoso a la vez y que fulminaba inclemente al que osaba desafiarlo.
 
Mi hermano y yo, dos pillos sin nada que hacer, excepto pensar en una nueva travesura, que nos permitiera pasar un buen rato, ya que nadie era capaz de hacernos echar la siesta. Hacíamos bien nuestra labor, pensando e hilando  algo que nos mantuviese entretenidos. No era tarea sencilla, debía ser algo interesante, novedoso, nada que ya hubiésemos hecho  anteriormente. Como es lógico, el mayor es quien ponía el cerebro, las condiciones del plan, y se preocupaba de llevar a cabo la logística. Después venían las culpas, que siempre llegaban inexorables, éstas serían compartidas, pero mis padres no eran precisamente ecuánimes y repartían por edades. Eran conscientes de quien era el autor y artífice de la obra y tenía experiencia, ganada en anteriores repartos de justos castigos. No pensábamos en eso, ahora lo importante era llenar con algo nuevo, el tiempo de aburrimiento que comenzaba a corroernos por dentro.


Muchas veces, los gatos que andaban por casa eran muy cariñosos con nosotros, habían sido nuestros compañeros de juegos. Entre ellos había una jerarquía, sólo conocida por ellos mismos y por los que estábamos siempre a su lado. La jefa de todos era una gata tuerta, la primera que llegó a casa y que de haber podido hablar, nos hubiese obsequiado con multitud de historias de una vida gatuna plena e intensa, "La Tuerta" o "Princesa de Éboli"  porque la llamábamos de ambas formas, era una gata ya con edad, que ejercía con naturalidad su dominio sobre los gatos de casa y de todo el barrio, ningún otro gato osaba interponerse entre ella y sus caprichos, ninguno era tan insensato. 

Tenía una hija de su primera camada, una preciosa gata gris, como es obvio la llamábamos “La Gris”, era una auténtica preciosidad, educada, respetuosa, considerada y fiel al clan gatuno de casa. Cuando criaban se preocupaba de sus cachorros y de los de "La Tuerta", que solía aprovecharse de su estatus social, y mantenía su vida en sociedad, muy al día, dejando los trabajos menores en manos de "La Gris". Mientras ella se dedicaba a mantener el respeto de sus súbditos, y a meter el hocico con todos los bigotes, en los platos de cualquiera que no tuviese cuidado de dejarlo protegido convenientemente, humanos incluidos. 


Ambas gatas eran las guardianas de la casa y muchas veces las vi cabalgando, agarradas con las uñas a lomo de algún perro insensato, que ignorante de lo que se le venía encima, se había metido en el señorío del clan gatuno de mi casa. Durante aquel tiempo, siempre se quedaba en casa algún macho joven, generalmente rubito, que las complementaba. Recuerdo alguno de sus nombres, “Piti” “Cloty” “Piticlín” y otros muchos… solían ser los gatos que quedaban de las camadas de ambas gatas, gozaban siendo el objeto de sus cariñitos permanentes, dejándose lamer y mimar por sus progenitoras. 

Pero su vida invariablemente, se tornaba insoportable, cuando,  junto con la luna llena, dos veces al año, les llegaba  el celo a su madre y a su abuela; entonces aparecían los “Romeos” con sus maullidos suplicantes, sus disputas y su eterno intento de dominar a las hembras, ligones profesionales, que iban buscando sexo a saco. Los machitos jóvenes de mi casa dejaban de estar bajo la protección de sus progenitoras para pasar a ser vapuleados por todo gato hecho y derecho que aparecía por casa con intenciones evidentes, de sexo, lujuria y desenfreno. Para entonces ellos no estaban completamente formados, como adultos, pero sí lo suficiente como para ser tratado como rival, no es necesario decir, que un gato viejo y bragado, un macho con la cara llena de cicatrices, encontraba un placer especial en amargarle la vida al machito de turno que aún no había emancipado, abandonando el hogar familiar. 
Con esta estirpe de buenos gatos, cercanos a nosotros y partícipes de muchos de nuestros juegos, con los que experimentábamos de mil maneras. Desde colgar una loncha de mortadela, con una pinza del tendedero y observar cómo se las ingeniaba nuestro particular clan gatuno, para llegar hasta ella y devorarla, hasta vestirlos con ropas inverosímiles, falditas, jersecitos de papel, gorritos y cualquier cosa que se nos ocurriese, pasando por lanzarlos al tejado para que acabasen con los numerosos nidos, o averiguar la altura mínima desde la que un gato es capaz de caer de pie, que es menos de una cuarta del suelo. La lista de cosas que compartimos con ellos era enorme, pero lo que siempre fue invariable, es que siempre acudían a nuestra llamada, porque ellos estaban muy a gusto con nosotros.
Aquel día, finalmente resolvimos hacer unos helados caseros, la receta era bien sencilla, echar Cocacola y Fanta de naranja en unos vasitos, con un palillo a modo de “palo de polo” y metidos en el congelador. Un invento que hasta el momento aún no habíamos probado, pero que prometía ser interesante. Como en todas las casas grandes, mi madre almacenaba el congelado en un arcón enorme que estaba en el sótano, allí estaban los conejos, los filetes de ternera, el pollo, pescado, y un sinfín de cosas que un ama de casa habitualmente guarda en un congelador. Con los vasitos preparados, para el tema que nos ocupaba y seguidos de cerca por un par de gatos, que no desperdiciaban la oportunidad de meter los bigotes en algún sitio, esperando la ocasión oportuna para hacerse con algo interesante o simplemente para jugar con nosotros.  Metimos los futuros helados en el congelador, sin más precauciones que evitar que la tapa del arcón nos atizase un buen cogotazo. De haber estado pendientes, nos habríamos dado cuenta de que "Piti"  el gatazo rubio, y golosón que nos acompañaba, estaba dentro cuando cerramos la tapa. Allí permaneció el pobre hasta que mi madre bajó a buscar algo para descongelar antes de la cena.  

La imagen del gato congelado en el interior debió sorprender mucho a mi madre, porque el grito se oyó en toda la casa, incluso diría que también en las casas de alrededor, el revuelo que se formó nos hizo sentir el miedo, entrando en nosotros, como un mal olor penetra a través de la nariz. No sabíamos si el pobre "Piti" estaba vivo o muerto, estaba bastante tieso, y hecho una bolita, el pobre debía haberlo pasado muy mal, en un sitio tan oscuro y tan frío, pero había que intentar sacarlo de ese estado.
Mi madre tenía lágrimas en los ojos y las miradas furiosas que nos echaba parecían quemarnos. Subimos al pobre gato al cuarto de estar, con urgencia, pero con cuidado, inmediatamente mi madre me envió a buscar a Gaspar. El señor Gaspar era el vecino de la casa contigua, un hombre mayor que durante toda su vida había sido practicante, a día de hoy sería un ATS, nomenclaturas distintas, para denominar lo mismo en épocas diferentes, aunque creo que antaño se le otorgaba  más respeto a los sanadores que hoy en día. Encontré al hombre junto a un cubo de yeso, estaba colocando una puerta  en su casa. Cuando le expliqué lo que había. Decidió que no merecía la pena su presencia y que el gato si habría de vivir, viviría, si había de morir, moriría. Alguno de ellos la había robado alguna chuleta y alguna tajada de pollo del alfeizar de su ventana y sus simpatías no estaban con ellos.
Me preguntó que si tenía alcohol en casa y le dije que no había, así que me recomendó que usase gasolina de los aviones de aeromodelismo, que sí había en casa, para darle friegas con ella al gato. Todos estaban alrededor del gato cuando aparecí con el trapo y la gasolina, como me lo había explicado a mí y me sentía culpable se las di yo mismo, bajo la atenta mirada de mi hermano y mi madre. El gato no reaccionaba, me dio por pensar que estaba muerto, pero al darle con la gasolina en el culo, no sé si le escoció o qué, pero se movió. Estaba preocupado por su reacción, podría mostrase cariñoso, o enfadado, no dejaba de ser un gato, y los gatos se caracterizan por no mostrar cómo están de humor, nunca se sabe cómo van a reaccionar.
Al ver que se movía, me alejé de él, hice bien, porque de inmediato arrugó el lomo y bufó, aunque más que un bufido, parecía un rugido. El salto que siguió al bufido fue espectacular, de una forma impresionante el gato estaba subido en lo más alto del cortinero, arrancando casi una de las cortinas; desde ahí, de un salto pasó al sofá, del sofá, entre maullidos y bufidos de irritación, se subió a la televisión. Para entonces ya no quedábamos ninguno en el cuarto de estar, dejamos allí encerrada a la fiera, aquello se había convertido de golpe y porrazo en algo muy peligroso, oíamos caer las figuritas y por el jaleo parecía que en vez de uno, había cinco gatos y todos enzarzados en una lucha sin cuartel.
Al poco, llegó un momento en que ya no se oía ruido, es como si el gato no estuviese. Con temor, abrí la puerta y pude verle despatarrado en el mismo lugar que le habíamos dado las friegas. Estaba allí tirado como un muñeco. No se movía nada, nos acercamos, el gato seguía sin moverse, el pobre "Piti", el gato más simpático que habíamos tenido nunca, que ronroneaba y se acercaba a uno para que le cogieses en brazos y parecía que quería mamar de ti, siempre que llevabas un jersey. Verlo así sin moverse, daba mucha pena, a pesar del estropicio que había formado. Nadie decía nada, pero todos nos preguntábamos lo mismo, qué le había pasado. Mi hermano fue el que puso palabras a nuestros pensamientos, ¿Qué le ha pasado al gato?Justo en ese momento, Gaspar entró por la puerta de casa, a tiempo de oír la pregunta de mi hermano. La respuesta fue rápida, clara y sencilla.

- No le ha pasado nada, dijo: - Lo único es que se le ha acabado “la gasolina”.

Victor