25 sept 2014

76.- Javier Ayllón..." Molino de Moyarniz"

Muchas gracias Javier por tus colaboraciones, bonita historia.



   Caminos franqueados por almendros teñidos de blanco, de vetustos retorcidos, negruzcos, agrietados y centenarios leños, hoy desprenden sus pétalos en plena floración, con los aires norteños de mediados de marzo, asemejando una última nevada invernal que en cierta manera recuerda la lluvia amarilla otoñal de los álamos de Ainielle de Llamazares, en el pirineo oscense.

Los almendros exhalan un aroma dulzón, tenue, tal vez relacionado con su apellido -Prunus dulcis-, que el viento contribuye a expandir por el paraje, excitando y embriagando la pituitaria del caminante.

Rodeando los semiderruidos edificios que componían el molino, aparecen, higueras, laureles,  un gran cedro del Líbano, y un precioso pino piñonero, vetustas moreras, nogales, y una cohorte de avellanos rodeando el estanque y reflejando sus amarillos amentos en él, todos ellos componen una estampa pre-primaveral, un renacer a la vida entre el caótico derrumbe de edificios ocasionado por el abandono y el lento discurrir del tiempo.
Dando un tono rojizo, -al bello tapiz que compone el suelo blanquecino de los pétalos caídos  en el camino-, aparece un Sedum -Sedum andegavense- amante de las arenas y cantos rodados del Henares… mi rio, el que me lleva.


Un  cielo gris y encapotado  deja caer una ligerísima  lluvia entre rayos de sol que puede significar las lágrimas de  añoranza de Ella, por estar con nosotros, acompañándonos en este atardecer eterno, conmigo y con su perrita Sorpresa… Sé perfectamente que puede ser ella que quiere estar cerquita, pegaditos a nosotros, rodeándonos con sus delicados brazos y dejándonos caer en la hierba recién  brotada contemplando esta puesta de sol, eterna puesta de sol, ella sabe que estaré a su lado hasta que haya un día en que no salga el astro rey, se lo prometí.
Laureles, hiedras, álamos y en los ribazos las primeras collejas, delicadas collejas, con las que mi madre preparaba aquellas deliciosas tortillas y los ajetes y espárragos trigueros, mezcolanza perfecta con los huevos de las gallinas del corral.
El caz del molino y su perfecta chimenea de ladrillo visto, altiva y perfecta, domina el paisaje, su  ultimo propietario fue El Estudiante un famoso torero alcalaíno que quiso dar  aquí sus últimos capotazos al paso de la vida. Los cielos rojos del atardecer, sobre este pequeño paraíso de la campiña arriácense, son el telón de fondo perfecto para reflejar las orgías sanguinolentas de los animales muertos  en los alberos castellanos.

Mezcolanza de recuerdos de una  lejana niñez, de cuando veníamos en bicicleta desde Azuqueca a extraer de los taludes el paloduz, esa raíz amarillenta y dulzona que hacia nuestras delicias o ya más cercana la etapa del anillamiento de las golondrinas, hoy muere en Moyarniz una parte de mí y nace otra que quiere estar con ella eternamente.



La luna en cuarto creciente se refleja en las aguas del estanque azulado, donde flotan los amentos de los avellanos, con un fondo verdosos de charas y otras plantas acuáticas, algún nefasto jardinero ha cercenado los nogales y las rastreras hiedras se ven desprotegidas de la sombra que les proporcionaban aquellos. Tengo miedo de que el abrasador sol del verano acabe con ellas.


Javier Ayllón - 13 de marzo de 2014.