19 nov 2013

40.- Conchita...La travesura de Lucas, relato


Vamos a disfrutar con un cuento muy original de cuando Conchita Alonso se iniciaba en la escritura, sinceramente me hubiera gustado dilatar mas su lectura, vamos que me ha encantado porque la escritora desgrana una buena historia... 
¡Y es que lo bueno y lo bello son sinónimos de hacer bien las cosas!

Muchas gracias guapa por compartirlo con nosotros. MSol






Luisa y Joaquín habían decidido marcharse de la ciudad a probar suerte en otro lugar en donde el destino les deparara una vida digna y la oportunidad de realizar alguna de las ilusiones que rondaban por la cabeza de Joaquín. Era ebanista, a decir de su mujer un verdadero artista con la madera, nadie diría que esas manos grandes y toscas podían dar forma a esas figuras armoniosas que esculpía en sus ratos de ocio, dando libertad a su imaginación y arte a sus manos para elaborar pequeñas obras que tanto entusiasmaban a Luisa.

 Vivían en un pequeño piso de dos habitaciones, una de ellas destinada al taller de Joaquín, allí se pasaba horas enteras los fines de semana, descubriendo nuevas formas y dejando a  su imaginación que se perdiera en los parajes de su fantasía.

Un día, al llegar su marido a casa, Luisa notó que algo importante le iba a decir, su cara denotaba el gesto de preocupación tan característico en él cuando algo le rondaba por la cabeza, y sus ojos le miraban suplicando que no se enfadara por lo que le tenía que decir, que tratara de comprenderle una vez más.

- ¿Qué pasa Joaquín? Algo me quieres decir, lo veo en tu mirada.
- ¡A ti no te pasa nada desapercibido! Es cierto, he discutido con Juan, el encargado y me he despedido, no hay forma de hacerle entrar en razón y ya estaba muy harto de sus salidas de tono.

Luisa se sentó y le dijo con voz desanimada:

- Pues has elegido un mal momento.
- El momento tiene que llegar, no importa cuando, y lo hecho, hecho está.
- No me importaría, dijo Luisa si no fuera porque vas a tener a tu cargo otra boca más que alimentar. Joaquín la miró sorprendido.
- ¿Qué quieres decir? Acaso estás…
- Sí, Joaquín, así es. Vamos a ser papás.
Al notar el tono abatido de su mujer, se acercó a ella y la abrazó emocionado.
- ¿Estás segura? Porque si es así, me vas a hacer el hombre más feliz del mundo.
- ¿A pesar del mal momento que nos espera? Dijo Luisa.
- Cualquier momento puede ser bueno, y éste es maravilloso porque se nos presenta la oportunidad de hacer realidad nuestro proyecto. Nos marcharemos a otro lugar en donde nuestro hijo se críe sano y feliz. Siempre surgirá algún trabajo para mí.

Su mujer siempre había estado a su lado, hasta en los momentos más cruciales de su vida, llevaban cinco años de matrimonio y hacía dos que había encontrado un trabajo estable. Ella decía que algún día sería reconocido por su arte, y era verdad, Joaquín en su deambular diario buscando trabajo, había llegado a formar parte de una orquesta, sabía tocar la guitarra y la trompeta, pero también tuvo que renunciar a su gran vocación, con lo que ganaba no tenían ni para pagar el alquiler de su pequeña morada, y para salir del apuro en que se encontraban, tuvo que emplearse en aquella fábrica de muebles en donde no podía plasmar ni su creatividad ni su destreza.

Joaquín lo había pensado muchas veces y cada vez se le hacía más anhelada su idea, le gustaría volver a su pueblo, era una localidad serrana de siete mil habitantes, con casas blancas y bien alineadas, en donde los veranos la población aumentaba sensiblemente por los turistas que acudían de las ciudades cercanas. Allí tenía su casa cerrada a cal y canto desde que sus padres murieron.

El se había marchado en busca de sus sueños, cuando tenía dieciocho años en contra de la opinión de sus padres que le aconsejaban que continuara con sus estudios, hasta que se dio cuenta de que pocos son los afortunados que los llegan a cumplir. Se le fueron cayendo uno a uno, los fue dejando en el camino sin ni siquiera volver la vista atrás para llorarlos. Su ilusión eran sus trabajos con la madera. De ellos podía sacar figuras extraordinarias, pero de momento, la suerte a él le había dado la espalda.

Una tarde del mes de Mayo, la pareja se apeaba del autocar y enfilaba el camino que les conducía a las afueras del pueblo. Joaquín y Luisa querían ver las condiciones en que se encontraba la casa antes de hacer el traslado. Después de seis años, no sabían cómo la iban a encontrar, seguramente necesitaría arreglos importantes que el propio Joaquín se encargaría de realizar.

Cuando llegaron, se detuvieron frente a ella, se trataba de una bonita casa con porche y un jardín en la entrada. Por un momento Joaquín se imaginó ver a sus padres sentados esperándole para cenar, gozando de esos agradables atardeceres veraniegos en los que el sol va dejando paso a las sombras de la noche. Entonces eran felices. El padre de Joaquín sentía pasión por su hijo y admiraba esas aficiones artísticas que rondaban por su cabeza y mil veces se preguntaba de donde podían venirle. El había sido un hombre de campo, pero se había preocupado de darle unos estudios que le permitieran ofrecerle una vida mejor.

Pero Joaquín truncó sus estudios y les anunció su deseo de partir a la capital y buscarse trabajo. Y ahora volvía añorando su casa, sus sueños perdidos y esa vida en donde puedes disfrutar de la naturaleza olvidada. Luisa miró a su marido y en sus ojos vio la tristeza, la nostalgia de los tiempos pasados y quiso hacerle volver a la realidad.

- Es una casa preciosa, cariño. Aquí podemos ser felices.

Joaquín se había quedado gratamente impresionado, el exterior solo necesitaba una capa de pintura blanca y una mano amiga que cultivase el jardín que con tanto primor había cuidado su madre. El interior estaba en perfectas condiciones. Luisa se sintió feliz e inconscientemente se llevó la mano a su vientre y se lo acarició.

- Nuestro hijo disfrutará en esta casa. Oyó que le decía su marido como pensando en voz alta. 
- La semana que viene nos trasladaremos ¿te parece bien? ¡ahora quédate aquí!, yo tengo que hablar con D. Justo, por teléfono me prometió trabajo
- Está bien, pero no tardes demasiado.

Luisa fue recorriendo las instalaciones de la casa pensando en los cambios y arreglos que desearía hacer. Su marido le había hablado de ella, pero nunca había imaginado que se tratara de una casa como aquella, era grande y luminosa, seguramente el resultado de toda una vida de trabajo e ilusiones. Imaginó la habitación del hijo que esperaba, desde la ventana podría contemplar los campos y las montañas y hasta imaginó verle corretear lleno de vida. Se acordó de sus suegros, de lo mucho que habían luchado por conseguirla y de lo poco que la disfrutaron.  

Después se asomó a la ventana de la planta baja, y observó el jardín, estaba plagado de hierbas de todas clases, necesitaría de un buen trabajo que lo hiciese florecer, y desde allí, pudo ver a su marido que regresaba dando grandes zancadas y con el rostro animado.

- ¿Qué ha pasado? Le preguntó Luisa.
- Me han dado el trabajo en la carpintería, el sueldo es bajo pero aquí tendremos menos necesidades.

Al cabo de tres meses, Luisa dio a luz de una manera rápida y sin complicaciones. El niño tenía ganas por salir a la vida, le llamaron Lucas y enseguida le encontraron parecido con su padre. Cuando cumplió un año, su mamá le preparó una tarta con una vela que el niño se afanó en apagarla de un solo soplido. Fue después de la cena cuando Joaquín le dijo a su mujer:

- Ahora tenemos muchos más gastos y con mi sueldo en la carpintería no es bastante. Me han ofrecido un puesto en el Ayuntamiento.
- No quiero que trabajes más, cariño, ya nos arreglaremos.
- Ya me lo han concedido. Es un trabajo esporádico pero está bien pagado, además, parte de él lo puedo hacer en casa.
- Bueno, ¿de qué se trata? dijo Luisa intrigada.
- A lo mejor no te gusta, pero lo necesitamos, no quiero que estemos en la miseria mientras yo pueda trabajar.
- No te andes por las ramas, ¿no será de limpiador, verdad?
- No, mujer. El mes que viene el titular abandona el puesto, se jubila y se marcha del pueblo, y como soy carpintero me han pedido que sea yo el que fabrique los féretros y de paso que sea el sepulturero del lugar.

Luisa no podía creer lo que estaba oyendo, ni podía imaginarse que su marido hubiera aceptado. Ella no hacía remilgos a los trabajos ¡bienvenidos eran! Pero de eso a que su marido fuese el enterrador del pueblo, había un abismo.

- ¡No me digas que has aceptado! ¡y encima pones la casa! Aquí traerán a los muertos ¿no es cierto?
- No te enfades, Luisa. Es un trabajo como otro cualquiera y los muertos no hacen daño, el caso es comer y vivir decentemente. Además, ponen el coche fúnebre para los traslados al cementerio. Solo permanecerán aquí unas pocas horas y las muertes no se producen todos los días, tienes que entenderlo.
- No me gusta, Joaquín. Queríamos tranquilidad, pero esto lo supera. ¿Qué dirá nuestro hijo cuando crezca?
- Lo verá como un trabajo más, además, no será para toda la vida, solo hasta que despeguemos económicamente.

El tiempo fue pasando, en un año no se había producido más que una muerte en el pueblo. Joaquín había dispuesto un taller anexo a la casa donde construía los ataúdes y una pequeña sala contigua para descanso de los finados hasta que eran trasladados al cementerio. La primera vez que se produjo un óbito, Luisa salió con su hijo de la casa y no volvió hasta el regreso de Joaquín.

Las cosas empezaron a ir mejor para la familia, Joaquín se afanaba en sus dos trabajos y muchas veces recibía el agradecimiento de los familiares al ver los pequeños detalles ornamentales que añadía a los féretros en forma de ángeles o figuras religiosas. Luisa se iba acostumbrando al trabajo de su marido y recibía con alegría los pedidos que les hacían de las comarcas adyacentes. El pequeño Lucas era un niño despierto y vivaracho que se desvivía por ayudar a su padre y más de una vez le dejó asombrado cuando a sus seis años ya limaba la madera y esculpía pequeñas figuras.

Pero lo que más llamaba la atención de Lucas era aquello que su padre guardaba en aquellas cajas tan grandes. Allí no le dejaban pasar cuando se producía la despedida de algún vecino del lugar, según le decía su padre, y su curiosidad se fue despertando hasta hacerle constantemente la misma pregunta, sentía un deseo desmedido por saber qué guardaba en las cajas que con tanto misterio se llevaban luego en el coche. Y un día su padre le explicó lo que tanto despertaba su interés.

Entonces se enteró de que llega un momento en la vida en que nuestras fuerzas se acaban y perdemos nuestros sentidos y nuestra consciencia y ya no nos podemos levantar y nos quedamos solos para toda la eternidad.Y ante la insistencia de las preguntas de Lucas, Joaquín le tuvo que revelar que cuando morimos, la carne de los cuerpos se pudre hasta desaparecer y solo quedan los huesos, por eso se tienen que enterrar. Lucas se quedó conmocionado al enterarse de cual es nuestro destino final y preguntó a su padre cuándo se iban a morir ellos y cuándo le iba a tocar a él, y su padre, para animarle, le explicó que todavía quedaba mucho tiempo, que cuando se cansaran de vivir, sus almas se saldrían del cuerpo y volarían a otro lugar mejor donde serían eternamente felices.

Pero cuando se quedó solo, otra nueva curiosidad se apoderó del pequeño, quería ver cómo se quedan los cuerpos cuando mueren y cómo sale el alma de ellos, y se dijo que él tenía que verlo aunque fuera a escondidas de su padre, ya se las arreglaría para entrar en aquella estancia que siempre estaba cerrada y así vería al muerto y contemplaría el momento mágico en que el alma, aquello que no conocía, se escapa del cuerpo a buscar otro lugar.

Su curiosidad pronto iba a tener ocasión de quedar satisfecha, En el colegio se enteró de que había fallecido el cura de la Iglesia, él le conoció cuando había acompañado a su madre algún domingo para escuchar misa. Era un hombre mayor y Lucas pensó que como había sido cura, nada malo le iba a pasar si satisfacía su curiosidad.

Toda la mañana se la pasó acechando la llegada del cura, y cuando vio que le traía su padre en aquél coche negro tan grande, empezó a latirle el corazón aceleradamente, permanecía escondido para no dejarse ver, espiando todos sus movimientos.  Poco después le vio salir del recinto secreto, echar la llave y tras despedirse de su madre, marcharse a trabajar a la carpintería. Lucas sabía que disponía de unas horas hasta que volviera y llegasen los familiares para trasladarle al cementerio.

Pero la impaciencia de Lucas no le dejó esperar más tiempo y se dirigió por detrás de la casa hasta la sala misteriosa. Sabía que su padre dejaba un resquicio abierto por la ventana para airear el ambiente, y no tuvo más que empujarla y con un pequeño salto adentrarse en el recinto. Tras volver a dejar la ventana como estaba, Lucas se quedó parado ante aquél ataúd sin saber qué hacer. El no tenía miedo, su padre le había dicho que los muertos no pueden hacer daño. Entonces, acercó una silla y se subió en ella, y con sumo cuidado fue izando del tirador que abría la parte superior de la caja, la que deja al descubierto medio cuerpo del finado.

Lucas reconoció la cara del cura y se le quedó mirando atentamente, Estaba un poco más delgado que cuando estaba vivo, se dijo Lucas, parecía como si durmiera y sintió deseos de tocarle, ¡a lo mejor abría los ojos!, con solo pensarlo sintió que se le ponía la carne de gallina, pero su curiosidad era poderosa y lentamente fue levantando la mano y posó un dedo en la frente del cura, y se tranquilizó al ver que no se movió. Luego fue recorriendo sus mejillas, estaba frío y Lucas retiró su mano y esperó sin dejar de mirarle. De repente, la boca del cura se abrió en un espasmo dejando escapar un sonoro eructo.

Lucas se asustó y a punto estuvo de perder el equilibrio y caerse de la silla. Un rayo de sol penetraba por la ranura abierta de la ventana dando de lleno en la boca abierta del cura y de pronto Lucas lo vio, contempló extasiado cómo un haz de puntos brillantes salían de su boca y recorrían el rayo de sol hasta escaparse por la ventana.

A Lucas también se le abrió la boca y los ojos se le agrandaron y sin poder resistir más, bajó de la silla y escapó por la ventana como alma que lleva el diablo. Buscó a su madre y sin poder contener el aliento le dijo:

- ¡Mamá, mamá, lo he visto, ha salido de su boca y se ha ido!
- ¿Qué estás diciendo? le dijo su madre ¿qué has visto?
- ¡El alma del cura! dijo alterado ¡la he visto salir de su boca!  ¡era como un rayo de puntos brillantes!

Su madre dejó lo que estaba haciendo y dijo:

- ¿Es que has entrado allí?
- Sí, por la ventana ¡es tal como dijo papá! decía inquieto.
- ¿Cómo te has atrevido a entrar? Lo tienes prohibido.
- ¡Si no pasa nada, mamá, los muertos no hacen daño!
- Como se entere tu padre, te va a castigar. ¡Es que no puedes estarte quieto!
- ¡Es igual, yo mismo se lo diré, le tengo que contar lo que he visto! Es lo mismo que él me dijo.
- ¡Vamos allá, hay que dejarlo todo como estaba, y yo en tu lugar no se lo diría, le has desobedecido!

Lucas se mantuvo callado ante su padre después de prometer a su mamá que nunca más lo volvería a hacer, pero a los pocos días tuvo la oportunidad de repetir su hazaña, no pudo resistir el deseo de volver a ver salir el alma de Dª Inés de su cuerpo, una vecina del pueblo. Allí le encontró su madre después de buscarle por toda la casa. Cuando abrió la puerta le vio sentado en la silla mirando sin pestañear a Dª Inés y esperando que se le abriese la boca, pero ese movimiento reflejo no se producía y, además, ese día estaba nublado y el rayo de sol no pudo entrar para, con sus destellos, engañar al pequeño. 

Luisa se quedó mirando la escena, sus ojos iban incrédulos de su hijo a la anciana y se acercó hasta quedarse de pie al lado del pequeño. Los dos permanecieron contemplándola, el hijo esperando que se produjera la maravilla y la madre en un momento sobrecogedor, sintiendo el recogimiento y el silencio que representa el abandono de este mundo. Pero el vuelo del alma de Dª Inés no se produjo y Luisa tuvo que explicar a su hijo que no siempre ocurre del mismo modo, que la mayoría de las veces se va sin que nos demos cuenta.

- Y ¿adonde va, mamá?
- No lo sé, nadie lo sabe, yo nunca he visto ninguna.

Luisa no podía dejar de pensar en lo que había visto y se dijo que no era bueno que el niño se obsesionara con esas cosas porque acabaría con el cerebro trastornado. Se lo diría a su marido y que él actuara en consecuencia. Así es como se enteró Joaquín de la afición que se había despertado en su hijo y contrariamente a lo que pensaba Luisa, le pareció divertida la travesura del niño.

No obstante, y atendiendo a los deseos de su mujer, al cabo de algún tiempo abandonó el trabajo de fabricante de ataúdes y sepulturero del pueblo, y en la sala misteriosa abrió una tienda de objetos y figuras de arte que la gente del pueblo y los turistas supieron apreciar. Poco tiempo después tuvo que ampliar el negocio, los pedidos le llovían de todas las partes del país, hasta el punto de tener que dejar la carpintería de D. Justo.

A Lucas le habían prohibido tajantemente que repitiera sus visitas a los muertos, allí donde estuvieran, y pronto olvidó aquellos deseos insensatos que tanto le habían perturbado, más tarde se dedicó a los estudios y a los trabajos manuales que su padre le enseñaba en sus ratos de ocio.




Conchita Alonso

15 nov 2013

39.- Raiumundo... "Algunas perlas" reflexiones

Un placer verte de nuevo por estos lares Raimundo, estás en tu casa, muchas gracias por compartir con nosotros estos hermosos pensamientos llenos de reflexiones personales, expresados con bellas palabras por un artista de tu talla. 





- No oscurece más por cerrar los ojos, abrirlos bien de par en par para disfrutar bien de lo más sensible de la vida, la salud.

- La vida hay que tomarla según nos va, es como rascarse, si empiezas y te va agradable no puedes parar y más provecho de ella hay que sacar.

- Igual que no hay nadie que al estornudar sea capaz de abrir los ojos, nadie es capaz de cambiar el destino al nacer, aunque sí se puede intentar mejorarlo, lucha para poder conseguirlo.

- El otoño nos entristece, ver cómo van cayendo las hojas de los árboles y el sol se nos va nublando, pero piensa que es pasajero, que pronto ya está al caer la Navidad.

- Las hojas según caen del árbol caen alegres balanceándose, según venga el aire, sabiendo que su final está muy cerca, el tocar fondo, suelo. Igualmente es como la vida misma, algunas veces estás en lo alto y sabiendo que llegarás a caer según pasa el tiempo, pero según sea el peso que tengamos así será la caída (no el peso del cuerpo). Poco a poco como nos venga el aire, aunque hay que buscar la corriente más a nuestro favor y que llegue a caer lo más tarde posible y aprovechar lo poco que nos quede antes de llegar al fondo.
 ¿Por qué? interrogante palabra...

- Hay palabras en el diccionario castellano que contienen muchas otras palabras con el signo de interrogación, por ejemplo, ¿qué haces? ¿qué traes? ¿vas a venir?, etc... Pero la pregunta ¿por qué? desde siempre me ha cautivado mucho, esa intriga, sin saber algunas veces que contestar. Me he puesto a escribir, tengo nietos y a cada pregunta porque son pequeños, me dicen... -''¿Abuelo, por qué esto? o ¿por qué lo otro?''-. Como es natural y a veces, no sé qué contestar. 
¿Por qué? en inglés es ''why'', y en política también es una pregunta difícil de contestar, ¿por qué hay hambre? ¿por qué no hay trabajo? etc... Personalmente uno se pregunta ¿por qué a mí una enfermedad, un accidente? aunque la palabra porque dice lo contrario da la respuesta del ¿por qué? 


Raimundo Martín del Campo