Cuando me acuesto me gusta acurrucarme y taparme la cabeza con la ropa
para esconderme del mundo, para recapacitar mis actos, para tragarme la soledad
de mis pensamientos. Solo son unos momentos, luego, estiro las piernas
buscando el frescor de las sábanas y pienso en lo que soy y en todos los de mi
alrededor.
Tengo
los ojos cerrados, pero no quiero dormirme tan pronto, necesito estar despierto
para pensar y que el sueño no me pille desprevenido, para saber que sigo
vivo. Al volverme boca arriba noto que mi mujer está al lado, seguramente me he
quedado algo traspuesto y no la he sentido llegar. Me gustaría despertarla y
hacerle partícipe de mis pensamientos, pero pienso que no tiene objeto si ella
no piensa lo que yo pienso, si no entiende mis sentimientos, si no quiere
pensar en lo terrenal ni en lo divino.
Me
siento cobarde por mi actitud introvertida, y sin darme cuenta invoco al sueño
para que acuda en mi ayuda. Ya noto sus efectos, imágenes distorsionadas que se
forman en mis ojos anunciándome que me estoy rindiendo. Y entro en un mundo
nuevo en donde las escenas se colocan unas encima de otras, en donde veo gente
que ya conozco pero con otro rostro que nunca antes había visto. Muchas veces
vuelo a ras del suelo por la calle donde vivo, voy alcanzando altura a toda
velocidad y atravieso casas y edificios. Aterrizo en un lugar desconocido que
me perturba el pensamiento, pero sé que por allí tengo mi coche aparcado. Lo
busco insistentemente aún sabiendo que no lo voy a encontrar porque me ha
pasado ya muchas veces. Y me desespero porque escucho la voz de mi hija que me
está llamando y no encuentro el camino de regreso.
De
repente, oigo un timbre estridente, alargo el brazo y detengo el despertador
para que no vuelva a sonar. Entonces, noto un tirón en el brazo, es
desagradable y mandón y luego de nuevo, otra vez su repetición. Es mi mujer,
dice que me levante si no quiero que me echen del trabajo y yo, obedientemente,
salgo de la cama y voy derecho a la ducha. Un chorro de agua templada acaricia
mi cara y ahora me siento mejor, voy sabiendo donde estoy y lo que tengo que
hacer. Me visto y me acerco a la cocina y veo sobre la mesa una taza de café
soluble y una tostada que mi mujer se ha molestado en hacer, pero todo está
frío y lo tengo que calentar. Me alegro de que se haya vuelto a la cama, así no
tengo que ver su rostro sin maquillar.
Pero
antes de salir de casa abro la puerta de la habitación de mi hija. Todas las
mañanas me despide con una sonrisa en los labios. Es muy pequeña, solo tiene
cuatro años y una cara angelical. Me dice que me quiere mucho y otras muchas
cosas más de las que me voy a acordar para ir resistiendo el día. Después me da
un beso de despedida y se vuelve a acostar.
Bajo
deprisa las escaleras hasta el garaje, El coche reposa en su sitio de siempre,
esta vez no ha cambiado de lugar y mientras conduzco, pongo en actividad
mi agenda mental. Los de arriba me darán instrucciones que yo acataré sin dudar
y luego las transmitiré a los de abajo para que las pongan en funcionamiento.
Ya en mi despacho, se me acercará el pelota número uno para darme los buenos
días y preguntarme si he pasado bien la noche. Y yo, como soy educado, le
contestaré y le preguntaré por su familia. En realidad, le tengo aprecio y
simpatía, es pelota pero sin pretenderlo y yo siempre se lo agradezco porque
aparte de serlo, es mi amigo y tengo con quién hablar y le cuento mi opinión
sobre las noticias de televisión y también que no soporto más los empellones de
mi mujer para que me levante, y, sobre todo, el beso que por el aire me envía mi
niña cuando nos despedimos.
Hoy toca almorzar con los jefes y tendré que disimular, esconder mis palabras y
darles a entender que son inteligentes, que sin ellos la empresa no
funcionaría. Además, siempre tengo que soportar que hablen maravillas de sus
equipos favoritos, ganen o pierdan da igual, tragándome los improperios que,
sin saberlo, dedican al mío. Cuando me preguntan, les digo que no soy
aficionado al fútbol, que yo practico el senderismo y la bicicleta, y como
ellos están obesos, no les interesa el asunto.
Al final del almuerzo de “trabajo” no hemos resuelto nada, ni siquiera hemos
tratado ningún tema profesional y me dicen que la factura la pase a Caja como
gastos de representación.
Después de comer hemos seguido la reunión en la sala de juntas de la empresa, a
la que se han añadido otros mandos más. Esta ha sido tan insulsa pero más
destructiva. Se ha acordado por unanimidad bajar las dietas del personal
comercial y anular la legendaria cesta de Navidad que se ofrecía a los empleados.
Hoy ha sido un día normal, uno más, y al llegar a casa de noche, seguiré
diciendo a mi mujer que no aguanto más, que tengo que buscar otro trabajo, que
en la vida tiene que haber algo diferente y más constructivo. Ella me sonreirá,
como desde hace tiempo, y me dirá que tengo que tomarme unos días de descanso
para desconectar; que la vida para el común de los mortales, siempre es
igual, vayas donde vayas y vivas donde vivas.
Conchita Alonso 5-2-2014