30 abr 2014

63.- Javier Ayllón... USANOS (Al borde de la Campiña)




Preciosa primavera,  la que nos muestra  este gran colaborador de Aquí nos vemos. 
 Excelente argumento  y unas fotos magníficas, muchas gracias por tu aportación Javier. 









   Dos parejas de aguiluchos pálidos ejercitan sus juegos nupciales en los cielos de la campiña. Los machos se lanzan girando sobre sí mismos, en temerosos picados hacia los verdes campos cerealistas, solamente cuando están próximos al choque contra aquellos, giran bruscamente y vuelan en paralelo entre las espigas agitadas por el viento, rozándoles la punta de las alas. Las hembras parecen mostrarse ajenas ante tal osada exhibición, ante tal maravilloso y acrobático despliegue, pero “los aguiluchos” son sabedores que aquello las encandila y hace que al final planeen juntos sobre los campos de mieses y copulen en algún recóndito lugar, lejos de las miradas indiscretas del hombre.


   Al oeste del lugar (que el paseante ha elegido hoy) para observar el paisaje, allá en el lejano horizonte a más de sesenta kilómetros en línea recta, se observan lo que parecen cuatro enormes trozos irregulares de cristal clavados sobre la faz de la tierra, es la gran urbe, la conurbación llamada otrora Magerit.



  

   La campiña a mediados de abril es todo un espectáculo visual, predominan los tonos verdes -verde: próxima estación esperanza-, las diferentes tonalidades indican las siembras, aquí cebadas, allí trigo negral, algo más lejos, verde ceniciento de la avena, son los campos cerealistas de Castilla.  

   Las nubes juegan con el sol y proyectan sobre aquellos luces y sombras, sombras y luces, dotando al paisaje de un precioso puzle multicolor, una hermosa pieza cambiante, sobre un fondo de sierras azuladas, con pinceladas blancas, los neveros lentamente van derritiéndose y embraveciendo los arroyos serranos convirtiéndolos en trovadores, en narradores de bellas historias serranas.

   En las islas incultas, laderas de fuertes pendientes, imposibles para la agricultura, comienzan a florecer las genistas y los escobones, estableciéndose una lucha entre los tonos amarillentos de sus floraciones y las albidas de los majuelos, las jaras y jarillas, es una mezcolanza maravillosa, mas adelante vendrán los campos de amapolas y teñirán de sangre los campos castellanos… es la tragedia castellana…



   Una pareja de corzos “navegan” entre un campo altivo de cebada, que les cubre el cuerpo, tienen que hacerlo a saltitos asemejándose a una pareja de ballet interpretando cualquier obra de los clásicos. 


En el paisaje que el caminante observa, solo molesta la brecha de la carretera que conduce a Uceda, un tajo dado en los campos y pintado con el negro betún por el que braman motos y automóviles y por la que circula hoy un furgón del anatómico y forense, los buitres del asfalto, los leonados de nuestras carreteras, recogen “la carroña” antes de que comience a oler, siguiendo instrucciones del Juez de Guardia y la llevan para que la analice el médico-forense, curioso tinglado, uno más, todos ganan, la ley, la sanidad y las empresas funerarias, es un negocio más que funciona a pleno rendimiento. En la Santa Semana, mucha gente sale de las ciudades por salir sin saber bien porque, y ¿adónde? tal vez porque sale todo el mundo, por inercia.



  El pastor Dan, un rumano enjuto y renegrido, con sus seiscientas ovejas y sus setenta cabras, y su borriquillo –Platero-, ha decidido pastar y sestear con el ganado en el prado de las orquídeas, apenas ha sobrevivido alguna (esto molesta al paseante). Hace unos meses que el anterior pastor se jubilo, este llevaba una gestión adecuada del pastoreo y siguiendo indicaciones de aquel, solo entraba con el ganado cuando había acabado la floración (simbiosis perfecta). Las orquídeas son especies palatables (exquisitas para el diente de los herbívoros) y el ganado da buena cuenta de ellas.


     El paseante piensa en cómo contarle al rumano, que apenas habla el castellano, cuando tiene que dejar que el ganado paste allí, tarea ardua y complicada, al final se marcha sin conseguirlo. El observador ha pateado varias “islas” sin cultivar, entre los campos de cereal, y constatado que en todas ellas existen poblaciones de orquídeas, eso le ha alegrado el día, sabedor de que ha dichas islas no podrán acceder ni el pastor ni su ganado, son el reservorio ideal. Ocres, verdes, grises, retamales, alamedas, alguna encina. Campiña alta de Guadalajara.





“Viajamos juntos, pasajeros de esta pequeña nave que depende de sus vulnerables reservas de aire y tierra; comprometidos para nuestra seguridad con la paz y la seguridad; a salvo de la aniquilación solo por el cuidado, el trabajo y, yo diría, el amor que le damos a nuestra frágil embarcación”.

Usanos 17 de abril de 2014. J. Ayllón




22 abr 2014

62.- Javier Ayllón..." La Hechicera"


Muchas gracias Javier por deleitarnos con todo lujo de detalles (tanto las fotos como el escrito) este paseo primaveral que has tenido estos días de vacaciones.
 



La cicindela -Cicindela campestris- harta de divagar por los caminos, un poquito a pie y otro volando, como en ella es costumbre, apresando larvas, ácaros o moscas,  se atreve a subir al labelo de la bella orquídea de los espejos -Oprhys speculum-, para mirarse la cara y acicalarse un poquito. Esta se siente orgullosa de la visita de aquella e incluso se permite realizar algún guiño al sol cuando sus rayos reflejan en ella. Se estira y pavonea entre sus compañeras, cual quinceañera piropeada.

  El grano de arroz -Iberis sp.-, tiñe de blanco la hojarasca del sotobosque del quejigar, es la última nevada, ya en el comienzo primaveral, pero esta vez de hermosos pétalos blanquecinos tendidos al sol Hormathophylla sp.- También colabora, se trata de la primavera que denomino “alba”, luego vendrá la “castellana” de tonos morados y azulados, la roja de ababoles o la amarilla, dependiendo de la alternancia en los colores de las especies en floración y su predominancia en el paisaje.



  Muchas especies comienzan su andadura vital,  los tarruguillos (Dictamus hispanicus), los iris o lirios, con cuatro especies en el areal, Iris germanicaIris lutescensIris foetidissima e Iris pseudacorus, este último presente en los bordes del arroyo y de flores amarillas. Los tres primeros darán ese tono castellano, morado, de capuchinos al paisaje.   
Las globularias, las escorzoneras, las aristoloquias (ya en flor) y por supuesto las orquídeas, CephalanterasO. scolopaxO. luteaO. speculumO. sphegodes. Un ejército de ellas dispuestas a convertir la primavera del 14 en todo un espectáculo.   Mientras observo estas especies, sucede el ocaso, el atardecer de esta calurosa tarde abrileña, el sol se sitúa en paralelo al suelo y sus rayos se cuelan entre los leños de los robles-quejigos, tiñendo de un verde primaveral las recién nacidas hojas de los arboles, ese verde casi amarillento tan bello para el ojo de quien sabe apreciarlo… tierno y caluroso, suave y delicado. 


  Me dejo caer al suelo, sobre la hojarasca seca de los robles y apoyo mi espalda sobre el vetusto roble, al borde del camino le oigo latir, bombear su savia obtenida en sus profundas raíces hasta su alta copa y sus tiernas hojas, está contento por permitirle disfrutar de una primavera más y a la vez esperanzado de que en esta estación recién estrenada, anide y crie el cuco entre sus ramas, como lo hizo el pasado año, o que los herrerillos le vengan a visitar, y el agateador trepe por sus ramas y busque entre las grietas de aquellas el sustento para sus cría.   Este invierno el tejón -Meles meles-, (me encanta su nombre en latín), lo pasó en la covacha que horadó entre sus raíces y ansía que esta primavera se anime a traer una damisela a su hogar y juntos saquen adelante a una prolífica familia.  
  El hombre envidioso de la longevidad del vetusto roble acabará algún invierno con su vida, pondrá mil escusas: que ya era muy viejo, que estaba enfermo, que era un peligro para los que pasean por el camino en los días de viento, que había que aprovechar su leña. Menos mal que el sabio quejigo fue listo y tuvo mil hijuelos en sus años buenos de vecera, sus bellotas fueron esparcidas por los arrendajos a recónditos lugares en la espesura del bosque y allí sobrevivirán, lejos del frío acero de las motosierras y las hachas.



   Ojalá que algún día no lejano, el ser humano reconozca su limitación como especie, deje de ser tan envidioso y deje a los brinzales crecer y que estos se conviertan con el paso de los años en frondosos y esbeltos ejemplares arbóreos y no nos dejen ver el bosque… ¡ojalá!   Un macho de mirlo, ubicado en lo más alto de la copa lanza su trino de aprobación, algún día la hiedra alcanzara la última rama del anciano roble y por sus gruesas raíces treparan los muchachos de Tendilla a jugar y valorar el espectáculo de una  puesta de sol sobre el horizonte desde el anciano roble de la Hechicera. 
  Dos ciclistas, madre e hija pasan próximas al "abuelo", un ruiseñor bastardo las piropea desde el carrizal del arroyo, es la primavera en todo su máximo esplendor, en estado puro, todo bulle alrededor, es la primavera en La Hechicera. El paso del tiempo es un dios insaciable que no hace distinciones entre seres humanos. 




Tendilla un catorce de abril del 14. J. Ayllón