30 may 2013

32.- Conchita... Una casa vacía, relato




 Conchita nos deleita con una estupenda historia llena de misterio y emoción. Muchas gracias por tu colaboración y bienvenida de nuevo a esta tu casa.

UNA CASA VACÍA 



     No hay nada más desolador que entrar en una casa vacía. El silencio es tan profundo que te parece ensordecedor, a veces se llena de sonidos inesperados y si eres imaginativo, hasta de palabras que nadie ha pronunciado.  El misterio te rodea y llegas a la conclusión de que el mundo está despoblado y solo se asoman a él los que una vez existieron y ya se han ido. ¿Por qué escogen siempre los lugares en donde han vivido, o donde están enterrados? por eso una casa vacía me recuerda a un cementerio.  A veces, los sonidos se asemejan al crujir de los huesos en su quebranto, y en la oscuridad de la noche el miedo  hace ver luces que se apagan y se encienden, e incluso, escuchas pasos misteriosos por el pasillo.
Por eso no me gusta entrar en una casa vacía aunque sea de un familiar o un amigo. Y no sé por qué será, pero cuando la recorres, caminas sin hacer ruido por temor a que te escuchen, y si hablas, lo haces tan bajo que no te oyes ni tú mismo. Las fotos que lucen en los estantes parece que se han congelado en el tiempo y las personas que en ellas están, te impresionan con sus miradas fijas en el objetivo y apenas las reconoces. Los cuadros guardan sus misterios, son testigos mudos de lo que ante ellos haya ocurrido, sus personajes te van siguiendo con sus ojos insondables allá donde te desplaces, y a veces, sin ningún motivo aparente, se descuelgan de los muros cuando menos te lo esperas. 
El salón aparece fantasmal revestido de sábanas blancas para evitar el polvo que se almacena. Y no hablemos de los dormitorios en donde vives un tercio de tu vida entretenido en dormir, descansar y sobre todo en soñar, en este estado profundo la vida se acelera y lo que dura un sueño serían horas si de verdad lo vivieras. Allí te sucede dormido lo que nunca imaginarías despierto, porque en el sueño se mezcla todo y lo que vives no tiene fundamento aparente. Los personajes se desvirtúan y cambian de aspecto si los vuelves a mirar y esto sin que te llegue a extrañar. Los lugares no los reconoces aunque sepas que has vivido en ellos y las pesadillas te acribillan, y cuando te despiertas lo primero que haces es dar gracias a Dios porque solo haya sido un sueño. 

Yo con mi casa ya tengo bastante, pues al volver del trabajo, a veces descubro que algunas cosas han cambiado de sitio. Si hablo, no reconozco mi voz acuciada por el miedo y si me miro al espejo siempre veo alguna visión que me altera el corazón y hace que me vuelva a mirar porque tengo la sensación de que hay alguien que me está observando.  Para vencer este miedo, enchufo la televisión, pero no me entero de lo que veo y escucho, porque mi atención siempre está pendiente de los ruidos que se afanan en sonar cuando más tranquilo estoy. 
Al principio de instalarme en ella, la impresión de que no era normal fue repentina, pero dejé pasar unos días no fuera que me equivocase y escuchase ecos en donde no los había, pero el terror fue alimentando mi desorbitada imaginación y decidí traerme a Gaspar, el perro que tienen  mis padres, para que me hiciese compañía, pero las cosas en nada cambiaron, es más, cuando estamos los dos viendo la televisión, a veces observo que levanta la cabeza, las orejas se le erizan y se arrima a mí como si tuviese miedo. Como es tan inteligente yo lo achaco a las películas que estamos viendo, pero algunos días cuando vuelvo del trabajo hay vecinos que me dicen que ha estado ladrando todo el día como si un condenado fuese. Como no se puede defender para saber la verdad, yo me quedo con el convencimiento de que es un fiel perro guardián y que con cualquier ruido se alborota.
Y lo peor es cuando me acuesto y apago la luz. Entonces, los que están ocultos aprovechan para salir y tapado hasta la cabeza escucho murmullos que me avasallan, están sobre mí y por toda la casa, empiezo a temblar y noto el vibrar del colchón como si tuviese frío, y el miedo me hace pensar que alguien se tiende a mi lado como si se acostase conmigo. Me paraliza el pavor y tapado con el embozo, sin apenas respirar, me voy quedando dormido, pues creo que no debo prestar atención a estas alteraciones de mi cerebro.

Gaspar ya ha debido desistir al no ver a nadie que no sea yo porque cuando escucha un ruido, abre los ojos y los vuelve a cerrar quedándose tan tranquilo.

 


Por la mañana, al despertar y recordar mis horrores vividos, me digo que soy un miedica, que esas cosas no pueden pasar,  pero respiro tranquilo cuando salgo de la casa. 
Una noche al acostarme dejé la luz encendida y me puse tapones en los oídos, pero fue peor porque  mi descontrolada mente veía lo que imaginaba y al no escuchar nada, no sabía por donde podían venir los ruidos porque haberlos, los había. Otra noche, al sentir que alguien me acompañaba en mi cama, le di tal puñetazo que en mi mano se quebró un nudillo al topar con un muelle del colchón. Consulté con un psiquiatra que me mandó unas pastillas. La noche fue toledana, de las que nunca se olvidan, las pesadillas se sucedieron sin conceder tregua alguna y ya no solo las tuve despierto sino también en los brazos de Morfeo. Ante la impasibilidad y complacencia de Gaspar, me dije que necesitaba la complicidad de alguien de mi misma especie y al enterarme de que mi amigo Martin buscaba alojamiento, le ofrecí compartir mi piso, a lo que accedió con gusto y agradecimiento.  Con él me encontraba seguro, al menos ya no sentía tanto miedo. La primera noche la dormí de un tirón y al levantarme me dijo extrañado mi amigo: 
- ¿Qué has estado haciendo esta noche? te he estado escuchando andar por el pasillo haciendo ruidos como si desfilara un batallón, y cuando abriste mi puerta y te pregunté qué querías, la cerraste sin darme respuesta, o ¿es que no te has enterado? Y yo que había dormido toda la noche plácidamente confiado en su compañía, le mentí  para no asustarle: 

- Es que estaba desvelado y me levanté a fumar un cigarrillo, luego entré en tu habitación a comprobar si dormías, y al escuchar tu respiración, cerré la puerta para no molestarte.
A mí se me pusieron los pelos de punta al escuchar lo que me dijo mi compañero, entonces pensé que no se trataba de mi fructífera imaginación, algo había en esa casa que no era de este mundo, algo más bien sobrenatural o fantasmal, y por fortuna esa noche me dejó tranquilo acercándose sin remilgos a mi candoroso amigo.




La noche siguiente, decidí mantenerme despierto, es más, dejé la puerta entreabierta de mi habitación y me hice el dormido. Sobre las dos de la madrugada, percibí una débil luz que procedía de la entrada, me invadió un estremecimiento al ver a Martín en el umbral de la puerta, que pálido como un muerto, me volvió a decir: 
-¿Qué es lo que pasa, Ismael? Me han echado a empujones de la cama sin ninguna contemplación ¿has sido tú? Porque no he visto a nadie más en medio de la oscuridad ¿no será que me estás gastando una broma?
- No, no se trata de una broma, le respondí, yo también he sentido ruidos que me han dejado espantado pero no imaginé que salieran de tu habitación. Vamos a comprobarlo, dije yo a sabiendas de que todo iba a ser en vano.
Al traspasar el umbral, pudimos advertir que sobre la cama había dos desniveles como si sobre ella reposaran dos cuerpos, uno al lado del otro.  Sin perder tiempo, me disponía a lanzarme sobre el colchón cuando me detuvo mi amigo. 
- ¡Déjame a mí, yo sé como tratar a esta gente! Me dijo con serenidad.Y a continuación, ante mi estupor, se acercó a la cama y preguntó:
¿Quiénes sois y qué demonios queréis?
Entonces, una voz grave como si fuese un ronquido que saliera de ultratumba, le respondió: 
- Si no nos dejáis vivir tranquilos durante el día, tenemos que hacerlo durante la noche. Hacéis un ruido infernal, siempre con la música a todo gas y la televisión encendida ¡y no hablemos de Gaspar! Que cuando se queda solo, no hace más que ladrar y seguirnos por todas partes con la lengua fuera. Vosotros nos molestáis sin cesar, así que tendremos que convivir como mejor podamos estar. 
-  ¡Pues buscaros otro lugar! contestó mi compañero inusitadamente tranquilo.
- No, éste es el nuestro desde hace siglos, si vosotros no nos importunáis, nosotros tampoco lo haremos. ¡Podemos hacer un pacto entre caballeros! Dijo el aparecido con tono conciliador. 
A mí me pareció bien el acuerdo, pero Martín, después de su inesperada bravura, huyó despavorido de la casa tan rápido como si le persiguiesen, pero yo continué en total armonía con mis vecinos y con mi leal perro guardián que ahora siempre está con las orejas gachas, y a veces, tal que si fuera un felino, escucho sus ronroneos como si alguien le acariciase.
A partir de entonces, todo se desarrolló con normalidad, los ruidos cesaron y también su deambular por la casa. Yo ya no volví a sentir miedo y ambos respetamos el acuerdo.
Ahora, cuando regreso a mi hogar, pienso que ya no resulta tan sola la soledad porque sabes que puede haber gente al otro lado ocupando el mismo espacio pero sin molestar.
Yo ya me encuentro tranquilo y cuando salgo de casa, Gaspar se queda contento porque sabe que aunque no la vea, hay gente que le acompaña, y yo a veces me pregunto si estaré  equivocado al creer que no la ve y sea yo el único que, sin verla, la imagina. 
La verdad es que no sé quienes son ni me interesa saberlo, no vaya a ser que me cause decepción, o quién sabe si más temor, pero son muy serviciales y me cuidan cuando estoy enfermo. Y esto aunque no lo creáis, os lo tengo que contar para que no repose en el cajón de los recuerdos. La otra noche regresé de una fiesta y, lo reconozco, había bebido de más y comido también más de la cuenta. Al poco de meterme en la cama sentí un malestar que me revolvió todo el cuerpo. Tenía mareos y dolor de cabeza y no hablemos del deseo de vomitar. Tuve que levantarme y acudir al aseo para expulsar aquello que me molestaba en mi cuerpo y allí mismo escuché de nuevo aquella voz de ultratumba que me decía: 
- Has infringido nuestro pacto, amigo, y no paras de rebuznar ¿Podemos saber qué te pasa?
- ¿No veis que estoy enfermo? Le respondí cabreado por sus palabras.
- Si es eso lo pasaremos por alto y te ayudaremos a remediarlo. Acuéstate que al momento te serviremos una pócima milagrosa que te vamos a preparar. Después de tomarla dormirás como un bendito. Y cumplieron lo que prometieron, porque la bebida apareció en mi mesilla y fue mano de santo, o de quién quiera que sea, pero se me pasó todo el mal y enseguida me quedé dormido. 
Lo sucedido en el día que os voy a contar fue memorable e inolvidable a la vez. Por la noche invité a cenar en mi casa a mi mejor amiga. La chica aceptó encantada, y yo, sin saber porqué, me empeñé en preparar la cena. Nunca me había comprometido a cocinar para los demás, de modo que puse todo mi empeño en ello. Quería quedar bien ante la dama de mis pensamientos, porque la verdad es que la niña me interesaba y además se lo merecía por guapa y por buena amiga. Así que compré todo lo necesario y para el final pensé que haciendo una tarta de las que me enseñó mi madre y que tan bien me salían, sería un buen colofón de mis artes culinarias para terminar el día.
La mesa la tenía dispuesta, además la adorné con cuatro velas, roja, rosa, azul y blanca, para dar un aire romántico a la situación. Después preparé el bizcocho y lo introduje en el horno para que levantase. Todo me pareció perfecto y me dispuse a descansar cuando sonó el timbre del teléfono. Era ella, tenía una voz tan angelical que me volvió a enamorar, y nos pasamos hablando durante más de una hora. Cuando colgué, Gaspar se me quedó mirando y yo noté en sus ojos una expresión risueña como si se burlase de mi conversación o de mi semblante de idiota. Luego me dio la espalda y se marchó a la cocina. Un ladrido ronco y prolongado me sacó de mi ensimismamiento, era de los que soltaba cuando me avisaba de algo y, entonces, como si me pinchasen, dí un salto y en dos zancadas aparecí en la cocina. Gaspar tenía su pata en el tirador del horno y entonces caí en la cuenta de que tenía el  bizcocho dentro. Al sacarlo estaba negro como el carbón y, malhumorado, descargué mi ira sobre Gaspar: 
-  ¡Tú has tenido la culpa por no haberme avisado a su debido tiempo! Le dije fuera de mí. ¡Siempre estás escuchando conversaciones de los demás, cómo si las entendieras!
Gaspar mirándome con enojo se dio la vuelta y, contoneando su trasero, cabizbajo, se marchó a su habitación. Yo no sabía qué hacer, ya no me daba tiempo a repetir la tarta y entonces escuché la voz de mi vecino invisible que me decía:
-  Te has portado mal con Gaspar y el pobre no tiene la culpa. Tienes un perro que no te  mereces, ve a verle y pídele perdón que te está esperando.
-  Ahora, le dije todavía enfadado, lo que me preocupa es que he dejado sin postre a mi amiga.
-  No te inquietes, me contestó, yo también he sido joven, de eso hace ya siglos, y sé lo que es el amor. Yo te prepararé un pastel que te chuparás los dedos. Déjalo todo en mis manos y vete a consolar a Gaspar.
Así lo hice y arrepentido me dirigí a su habitación, abrí la puerta y le dije con tono cariñoso:
- Vamos Gaspar, no te molestes conmigo, ven al salón a esperar a mi amiga.
Pero Gaspar estaba de espaldas y ni siquiera se volvió al escuchar mi voz. Yo me acerqué y le acaricié y él mirándome con amor, me lamió la mano ofreciéndome su cariño y su perdón.
No habían pasado quince minutos cuando sonó el timbre de la puerta, Allí estaba ella, el ángel de mi corazón. Le hice pasar y sin que se diese cuenta, la miré por detrás, de arriba abajo y de abajo arriba. Pocas veces la ví tan bella como aquella noche y hasta el propio Gaspar se deshizo en carantoñas con ella.
Después de nuestra conversación, hice que pasase al comedor, la cena ya estaba servida en la mesa y ella extrañada, me dijo:
-  ¿Cuándo la has preparado? ¡Si todavía humean los platos!
Yo igual de extrañado que ella, le contesté en tono de broma al imaginar lo que había sucedido: 
-   ‘¡Habrá sido Gaspar que es muy buen anfitrión!  Y me reí, como si fuese memo,  de mi propia tontería.
Luego, cambié de conversación para que no me atosigase a preguntas, pero, como es natural, se quedó con la mosca tras la oreja.
Cuando fui a levantarme para traer el postre de la cocina, la impresión me paralizó. Mi amiga, al estar dando la espalda a la puerta, no se percató de que una tarta exquisita y espectacular se acercaba en el aire como si flotase, y yo para que no la viese, me levanté y, fingiendo un arrebato de pasión, quise darle un beso en la boca, pero ella al no esperar esa reacción, volvió el rostro y descubrió el pastel, y nunca mejor dicha la expresión. De inmediato se levantó aterrada y dijo:
-  ¿Qué es esto, Ismael? ¡Algo has puesto en la cena que me hace alucinar! Nunca te lo perdonaré. ¿Qué pretendías con eso? Me dijo con indignación.
Y yo, para que no me juzgase mal, tuve que contarle la verdad que, como es natural, tampoco se la creyó, y, además, provoqué  con mi relato que saliese despavorida como si la persiguiese el diablo.
Para recuperar a mi amada, decidí hablar con Martín para que le convenciese de que lo que le dije era cierto y, desde entonces, cuando viene a casa, se cree que tiene sirvientes a su disposición y no repara en ordenar lo que se le antoja, por más que yo le recuerde que aquello solo fue una excepción, pues ante la bronca que lancé a mis atentos vecinos por su indiscreción, me juraron que jamás lo volverían a hacer en presencia de los demás.




A pesar de mi conformidad ante esta situación, para ser sincero, sigo pensando que no me gustan las casas vacías, porque nunca sabré si hay gentes viviendo conmigo que, sin ser tan caballeros, me puedan incomodar.

Conchita Alonso








29 may 2013

31.- Exposición de Mayo 2013... Casa del Bulevar









Hola a todos,

 Aquí nos vemos, presenta las imágenes de parte de la exposición de los talleres del Centro de Mayores: Casa del Bulevar,fotos que ha hecho Vicente, monitor de Marquetería.

¡Felicidades a todos, artistas!




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