3 mar 2014

57.- Javier Ayllón... "Las Bolillas"







   Los “bolillas” no son un grupo de música moderna, ni se trata del nombre de una Peña de ciudad pequeña y provinciana, ni siquiera son un grupo de macarras de arrabal de suburbio.

   Los “bolillas” son un grupo, media docena para ser exactos,  de pequeños gorriones comunes (Passer domestica) en latín  para entendernos, que sobreviven al invierno castellano,  más bien a sus crudas y gélidas noches, acurrucados en las ramas de un arce negundo  en una calle de Guadalajara, mi ciudad.

   Hechas las presentaciones, diré que los observo, con mucha ternura, todas las noches, cuando salgo a pasear con mi perrita Sorpresa. Con su cabecita hundida, escondida entre el plumaje, asemejan pequeñas bolillas plumosas, delicadas, sedosas y tiernas. Soportan como pueden las durísimas inclemencias del dios meteoro: lluvia, frío, nieve, viento o escarcha.

   Noche tras noche, mes tras mes, ocupan su lugar correspondiente entre el ramaje del árbol, pegaditos a su leño, justo allí donde encuentran más protección. Siempre el mismo ritual: al atardecer forman una pequeña algarabía, e intentan acomodarse, discutiendo acaloradamente, luchan por los mejores lugares. Un ritual repetitivo, en el que cada cual termina por ocupar el lugar que le corresponde en la escala social del grupo.

   Una vez acomodados y sosegados  forman una pelotilla sedosa, enroscándose en sí mismos, metiendo sus cabecitas entre las plumas del pecho. Resulta tremendamente curioso que siempre ocupen los mismos sitios, del mismo ejemplar de arce, de la cincuentena que existen, en alineación a lo largo de la calle, creo que se debe a que este ejemplar se halla ubicado bajo una luminaria que desprende cierto calorcito. No se denota su sexo, las negras “corbatas” de los machos quedan confundidas entre el plumaje, son simplemente tiernas bolillas grises, pequeños seres ateridos de frío dispuestos a pasar otra noche más…


   La mayoría de nosotros desconocemos el mundo de los gorriones. No sabemos que existen muchas otras especies, además del común, del que vemos, cada vez en menor número en nuestras ciudades. No sabemos que existen otros más pequeños de tamaño, llamados “molineros”, u otros que denominan “chillones”, menos sociables con los humanos, que forman colonias en acantilados o roquedos, pero que yo tengo la suerte de tener, justo al lado, en la inacabada iglesia de san Salvador, en Aguas Vivas. Tuve que hablar este tiempo atrás con el párroco, y mencionarle a San Francisco de Asís, para que no cerrara las ventanas y dejara que terminaran de criar, ya que es excepcional que se aproximen a nuestras ciudades y menos que críen en ellas. Los llaman chillones, por la algarabía que forman al amanecer, son mi reloj despertador todas las mañanas.

  Tampoco sabemos que los gorriones están en franca decadencia, disminuyendo su número año tras año, cuesta verlos, y eso que antes se creía que era la especie más abundante entre las aves, no siendo cierto, pues este honor recae en el pinzón.

   Hoy el paseante se identifica plenamente con ellos, al ser como la clase media española, mermada día tras día, atacada por los buitres de levita, por los políticos que nos mal gobiernan… pasando a ser una clase en peligro de extinción. Los gorriones causan en mi una sensación de ternura difícil de describir,  ¿será porque me acompañan cada mañana, o porque los veo noche tras noche? o ¿porque acuden a mi terraza todos los días en busca de unas migas de pan que llevarse al buche?

Guadalajara, una noche del infierno o invierno castellano…  J.Ayllón