25 nov 2012

12.- Conchita ... Soñar y morir, relato



Estrenamos colaboradora en Aquí nos vemos: Conchita. Un placer verte, estás en tu casa. Conchita además, participa también desde hace algunos años en La revista del Bulevar, deleitándonos con sus magníficos escritos"Soñar y morir" es una historia literaria llena de matices y sensibilidad, donde  refleja la tristeza del personaje, las desilusiones de una vida... el panorama tan poco prometedor de esos sueños.


Gracias Conchita.










<< Soñar y morir >>



Me dediqué a soñar, a lo único que podía recurrir cuando la soledad me embargaba. Me gustaba imaginar y en mis sueños todo parecía realidad. Podía transformar mi vida, hacer desaparecer mis momentos adversos y convertir en positivas mis experiencias decepcionantes, podía hasta crear belleza en donde no la había. 
Solo tenía que cerrar los ojos y dejar volar mi imaginación. Si nunca lo habéis hecho, probadlo, todo será bello a vuestro alrededor. Será como un oasis en el desierto, un rayo de sol en la oscuridad, un torrente de agua clara en la tremenda sequía. Será como abrir los ojos al despertar después de una noche negra, de pesadilla.  
Me acostumbré a soñar desde pequeña, cuando no me daban lo que quería, cuando me ganaba una injusta regañina, cuando mi maestra me ignoraba porque no me atrevía a preguntar por timidez o cobardía, o porque no levantaba la mano para demostrar lo que sabía, y, sobre todo, cuando me miraba al espejo y no me agradaba lo que en él se reflejaba.  
Así inventé mi jardín privado y a él acudía cuando me sentía abandonada, triste o desilusionada. Allí todo lo alcanzaba, podía soñar cuanto quisiera, podía reír, correr, gritar, conseguir lo que deseaba y convertirme en lo que quería, y hasta llorar por mis pequeñeces cuando nadie me veía.  Con el tiempo, ese jardín se fue agrandando como una hucha de ilusiones mías. Pensé que las puertas se me abrirían como si la fuerza de mis deseos convirtieran en rosas las espinas y en primavera el porvenir de mi vida.  Y hasta creía que aquellas fantasías, tomarían las riendas de mi existencia.
Pero hoy, como tantos otros, ha sido un mal día. Nada me ha salido bien ni nadie me ha dado una oportunidad. Llevo así infinidad de meses, o de años, no lo sé, sin que se abra ninguna ventana que resuelva el devenir de cada día. Me dicen que no desespere, que no me deje llevar por mi amargura, que algo saldrá algún día, pero ya no puedo esperar más porque mis exiguas rentas se van disipando. El teléfono me confunde, pues al descolgar, en lugar de la tan deseada oferta recibo la amenaza de que mi crédito se acaba y con él se desvanece mi vida.
Estoy cansada de tanto buscar y no encontrar ese trabajo que haga recuperar mi ilusión o colme mis expectativas. En la penumbra de mi habitación siempre me pregunto de qué han servido tantos desvelos, tantos sacrificios por terminar mis estudios, si ahora no me sirven para cumplir mis deseos.  He perdido muchos kilos, además de mi dignidad por tanto rogar, y mis amigos me dicen que estoy físicamente en la ruina, ellos no saben que esa ruina se ha adueñado de mi vida, pero no les puedo afligir más porque ellos están en las mismas condiciones.
Me indigno al pensar en lo que nos han arrancado a la juventud, el derecho a ganarnos el bienestar, la dignidad, las ilusiones, esas ilusiones que se tornan tardías, que se van muriendo con el retraso en el tiempo, la alegría de vivir, incluso la honestidad. Una vida que no tiene ni presente ni futuro y ni siquiera ha tenido un pasado feliz.
Por la noche me refugio en ese jardín maravilloso que siempre está conmigo.  Al menos, en este lugar me siento dichosa y nada ni nadie me lo puede arrebatar. Me acostaré y me adentraré en él, de esta forma cambiaré la realidad y si el teléfono no se digna a sonar, mañana no me levantaré, ni pasado mañana, ni los siguientes días, ni nunca jamás. 


Conchita Alonso