Conchita Alonso se adentra en las
entrañas de estas emociones
SENSACIONES
Me gustan los espejos y recrearme en ellos. Hay
veces que al mirarme me imagino más bella que un nuevo amanecer, mis ojos
brillan tanto como si en ellos se reflejasen las estrellas y mi sonrisa se
expande refulgente, iluminando mi rostro y reflejando la dicha que llevo dentro.
Pero no es más que una ilusión, en realidad es lo que quisiera ver de
verdad. Lo cierto es que cuando me
vuelvo a mirar, lo que siento es otra cosa más deprimente y cruel, más oscura,
es lo que refleja mi ser en los momentos en que me siento caer, como si me
deslizase por un agujero helado y negro hasta el dolor verdadero, sin
fondo, sin destino, es como saber que
nada voy a encontrar, esa nada que no sé lo que es pero que la presiento y sigo
descendiendo sabiendo que nunca llegaré
al final porque allí no es donde termina la vida que se nos da.
Es mirar y
no ver, escuchar y no oír, solo siento los latidos de mi corazón que son los
que delatan mi vivir. Nada me hace sentir ni estremecer, pero sé que
estoy cayendo cada vez más en la profunda oscuridad. Quisiera que fuese un
sueño del que pudiese despertar, pero no lo es porque todos mis sentidos están a flor de piel.
Nada se mueve, nada resuena a mi alrededor, solo mi destructiva sensación de
caer. De pronto, mi mano encuentra donde agarrarse, algo como si fuera un clavo
ardiendo y lo aprieto para no soltarme, pero me quema y mi piel comienza a
pegarse sin poderse desprender, y siento que pronto olerá como algo que arde en
el fuego, pero en un atisbo de
consciencia delirante, percibo que se está deshaciendo entre mis dedos y que
mis uñas se hunden en mi carne, y me doy cuenta de que tan solo era hielo.
Pienso que todo tiene un final, que este tormento
que siento alguna vez acabará. Pero lo cierto es que nada me invita a vivir. Nada me alivia, ni siquiera tengo lágrimas que
enjugar, ni sonrisas que regalar, solo me acompaña la más brumosa soledad, ella
es la que, sin piedad, me empuja al
abismo en el que estoy, ya todo quedó atrás, mis pensamientos me abruman y tengo
miedo de morir y terminar.
Después, con sorpresa descubro que al menos algo se
mueve en mí, pero solo es mi conciencia
y me digo que lo peor no puede estar tan mal, que la angustia un día se disipará
y algo nuevo renacerá en mí, que las cosas pueden cambiar, que si el miedo se
supera es porque existe el valor, que la oscuridad da paso a la luz y la
tristeza a la alegría de sentir y que la soledad tampoco es tan aflictiva, pues
al menos te propone libertad, sin ataduras, sin la obligación de amar, solo lo
que yo quiera querer.
Percibo que me he detenido en mi descender, como si
hubiese encontrado el final, pero al levantar la mirada en el negro de la
oscuridad, allí arriba luce un poco de claridad y hago un esfuerzo sobrehumano
para remontar, pero mi voluntad es tan débil como un tigre de papel y ¡es tan
difícil seguir! Pero aún así, me obligo a mirar esa luz que cada vez está más
cercana, ese despertar, ese deseo de volver a vivir, solo tengo que anhelar lo
que, en realidad persigo, que las nubes desaparezcan y que el sol vuelva a
brillar.
VIBRACIONES
No me gusta contemplar ese cielo tan oscuro, ni ese
duelo de titanes que provocan esos atronadores ruidos, ni esa fuente de luz
enfurecida que en forma de rayos fulmina sin mirar en donde explota. Esa debe
ser la furia de Dios, tan terrible, tan espantosa que solo un genio
sorprendente puede crear.
Cuando estoy sola frente al mar, concibo esa
inmensidad asombrosa, más cuando tuerce su gesto y empiezo a percibir su
detestable aliento, corro a esconderme de ese mal que no respeta la vida que
ella misma nos da, ni la hermosura, ni siquiera su propia belleza y grandeza.
Después, cuando todo ha pasado y ha dejado a su
paso la hecatombe y la desgracia, vuelve arrepentida y nos muestra su cara más
inocente y hermosa. Esa es la naturaleza que, después de provocar el mal, nos
invade generosa con ese azul y brillante
cielo, con su sol caliente y suave o con su ardor que nunca cesa. Y nos pone
una sonrisa en la boca y nos ofrece, sin condición, aquello que fácilmente le
arrebatamos, lo que tramamos y lo que está por llegar.
Cuando recibimos su castigo, la acusamos de cruel y
de perversa al robarnos, si llega el caso, la vida, sin comprender que solo es
un aviso de lo que nos puede llegar, sin comprender nuestra culpa de ir
maltratando aquello que tan generosamente nos ofrece sin pedirnos nada a cambio,
solo respeto para nuestro propio bienestar.
Conchita Alonso
Muchas gracias por tu colaboración Conchita, magnífico y fluido como siempre, es un placer leerte
ResponderEliminarSaludos
MSol
Sentimientos intensos narrados con gran pasión. Bonita prosa. Enhorabuena.
ResponderEliminarSaludos