Aquí nos vemos, os presenta un pequeño homenaje a la figura paterna con un sensible y precioso relato de: Rafa, y congratulándome con él he querido escribir algo muy personal dedicado a mi padre, titulado: “Hoy” sobre lo que siento al respecto. Menos mal que el teclado del ordenador no se equivoca en las alineaciones, porque muy posiblemente escrito en manuscrito, me hubieran salido los renglones torcidos aunque intentase escribir derecho.
Hoy
La vida en ocasiones nos conduce por atajos muy apretados y dolorosos. Las situaciones aparecen y desaparecen para lo bueno y lo malo. La existencia del hombre es un continuo fluir de sentimientos, donde la alegría y la tristeza se manifiestan constantemente y se solapan. Vienen y van a su antojo.
Aunque dicen que en esta vida nada es duradero y nada dura, siempre permanecerán los sentimientos y el recuerdo. Algo importante, muy importante, porque nos hace sentir vivos y revivir (metafóricamente hablando) a los que no están entre nosotros.
El 26 de enero hizo 10 años que falleció mi padre. No es la primera vez que he intentado escribir sobre algo tan personal, es obvio, hay cosas que duelen hasta la saciedad.
- Hoy he decidido hacerlo aun sabiendo que es una prueba de fuego para mí alma, pero las cosas pasan y por mucho que lloremos o busquemos tres pies al gato, esto no va a cambiar nuestra vida.
- Hoy súbitamente abro mi corazón al recuerdo, con todo el esplendor que emana de esta sensación que siento, tan difícil de plasmar con palabras.
- Hoy siento que me encuentro en un mundo equivocado, pero el corazón es el único órgano que no se equivoca, y lo que siente, lo hace en cualquier época, momento o dimensión.
- Hoy con sabor a nostalgia, cuando el luto parece que está perdido en el mundo, hago esta carta/mensaje de homenaje a mi querido padre: Leopoldo Blanco, para reiterarle mi respeto, y todo el sentimiento que alberga su recuerdo en mí, y no hablo de tristeza, es algo más y muy diferente.
- Hoy es una fecha como otra cualquiera, pero me vale para darle las gracias públicamente por haber sido mi padre, por hacerme reír, por sus consejos, por su inmensa serenidad, por hacerme sufrir “entre comillas” por su rebeldía con los médicos. No tenía miedo a la muerte, incluso ironizaba con ella. Y por supuesto y lo más importante: por todo el cariño que me dio. Le envío este mensaje para que sepa allá donde esté, que le siento cercano. Un beso y un fuerte abrazo con todo mi cariño para él, porque Hoy también le quiero. 14- 03- 2013 MSol
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Y ahora el relato de Rafa, que además de colaborador en Aquí nos vemos, es Director artístico, Editor y Escritor. Muchas gracias por tu aporte literario y gráfico.
EL DÍA DEL PADRE
Se había
ido desprendiendo de todas sus pertenencias casi con la misma frecuencia que su
cerebro de la memoria. Era algo involuntario, inherente a una cruel enfermedad.
Apenas le quedaban ya un par de recuerdos distorsionados y dos objetos que
guardaba con veneración en el cajón de la mesilla de su habitación.
Se
aferraba a ellos casi con desesperación. Eran su única ancla a un universo que
no entendía, que le asustaba hasta los límites de la locura.
El
primero de los objetos era una graciosa careta de pirata, hecha con cartulinas
de colores por un niño pequeño. Tenía unos graciosos pendientes de papel
dorado, un sombrero azul con una calavera y sus características tibias
cruzadas, un parche y una pipa de lobo de mar. En el reverso de la careta podía
leerse: “Querido Papá: Felicidades papa por el día del padre. Te doy este
regalo. Feliz día.” El otro objeto era un tosco cenicero de barro, modelado
también por alguien de corta edad. En su interior, grabado con un palillo podía
leerse: “Te quiero, Papá”
Los
chavales que habían creado con sus manos aquellos obsequios, hace ya tanto
tiempo, lo habían hecho jugando, guiados por sus maestras en clase de
manualidades. Seguramente les hubiera divertido mucho más haber escrito “Tonto
el que lo lea” que ese “Te quiero” un tanto forzado por la buena voluntad de
las profesoras. Aunque solo fuera por la lagrimilla que se le escapó a aquel
padre ese diecinueve de marzo mientras abrazaba a sus hijos, el esfuerzo había
merecido la pena.
Pero él
ya no recuerda aquel instante, ni la furtiva lágrima, ni el abrazo, ni a sus
hijos. No sabe quiénes son esas personas que entran en la habitación y le
hablan como si le conocieran de toda la vida. La bajita del uniforme verde y
cara de mono le es un tanto más familiar, es la cuidadora que con fría
indiferencia le atiende en el centro donde está ingresado.
Siempre
quiere que se vayan todos, le atemorizan, no sabe qué decir, no sabe decirlo,
no entiende nada. Tan solo desea quedarse solo y abrir el cajón.
Cuando
por fin tiene entre sus manos el pequeño cenicero de barro y la careta del
pirata, una sonrisa le aflora al rostro. Son mágicos. Ignora quien se los dio.
No sabe leer lo que está escrito en ellos. Solo sabe que son suyos.
Con eso
tiene más que suficiente.
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