Los “bolillas” no son un grupo de música
moderna, ni se trata del nombre de una Peña de ciudad pequeña y provinciana, ni
siquiera son un grupo de macarras de arrabal de suburbio.

Hechas las presentaciones, diré que los
observo, con mucha ternura, todas las noches, cuando salgo a pasear con mi
perrita Sorpresa. Con su cabecita hundida, escondida entre el plumaje, asemejan
pequeñas bolillas plumosas, delicadas, sedosas y tiernas. Soportan como pueden
las durísimas inclemencias del dios meteoro: lluvia, frío, nieve, viento o
escarcha.
Noche tras noche, mes tras mes, ocupan su
lugar correspondiente entre el ramaje del árbol, pegaditos a su leño, justo
allí donde encuentran más protección. Siempre el mismo ritual: al atardecer
forman una pequeña algarabía, e intentan acomodarse, discutiendo
acaloradamente, luchan por los mejores lugares. Un ritual repetitivo, en el que
cada cual termina por ocupar el lugar que le corresponde en la escala social
del grupo.
Una vez acomodados y
sosegados forman una pelotilla sedosa, enroscándose en sí mismos,
metiendo sus cabecitas entre las plumas del pecho. Resulta tremendamente
curioso que siempre ocupen los mismos sitios, del mismo ejemplar de arce, de la
cincuentena que existen, en alineación a lo largo de la calle, creo que se debe
a que este ejemplar se halla ubicado bajo una luminaria que desprende cierto
calorcito. No se denota su sexo, las negras “corbatas” de los machos quedan confundidas entre
el plumaje, son simplemente tiernas bolillas grises, pequeños seres ateridos de
frío dispuestos a pasar otra noche más…
La mayoría de nosotros desconocemos el mundo
de los gorriones. No sabemos que existen muchas otras especies, además del
común, del que vemos, cada vez en menor número en nuestras ciudades. No sabemos
que existen otros más pequeños de tamaño, llamados “molineros”, u otros que denominan “chillones”,
menos sociables con los humanos, que forman colonias en acantilados o roquedos,
pero que yo tengo la suerte de tener, justo al lado, en la inacabada iglesia de
san Salvador, en Aguas Vivas. Tuve que hablar este tiempo atrás con el párroco,
y mencionarle a San Francisco de Asís, para que no cerrara las ventanas y dejara
que terminaran de criar, ya que es excepcional que se aproximen a nuestras ciudades
y menos que críen en ellas. Los llaman chillones, por la algarabía que forman
al amanecer, son mi reloj despertador todas las mañanas.
Tampoco sabemos que los gorriones están en
franca decadencia, disminuyendo su número año tras año, cuesta verlos, y eso
que antes se creía que era la especie más abundante entre las aves, no siendo
cierto, pues este honor recae en el pinzón.
Hoy el paseante se identifica plenamente con
ellos, al ser como la clase media española, mermada día tras día, atacada por
los buitres de levita, por los políticos que nos mal gobiernan… pasando a ser
una clase en peligro de extinción. Los gorriones causan en mi una sensación de
ternura difícil de describir, ¿será
porque me acompañan cada mañana, o porque los veo noche tras noche? o ¿porque
acuden a mi terraza todos los días en busca de unas migas de pan que llevarse
al buche?
Guadalajara, una noche del infierno o invierno
castellano… J.Ayllón
Ya sabemos un poquito más de estos pajaritos. Muchas gracias Javier por compartir con nosotros tus buenos conocimientos sobre la naturaleza y estos pequeños, pero preciosos seres.
ResponderEliminarEstupendo paseo el tuyo.
Un saludo
MSol
Excelente comentario. Desconocía la existencia de otros gorriones.
ResponderEliminar(¿pueden cruzarse entre sí?)
Muchas greacias.
Hola Mauricio, bienvenido, te respondo en nombre de Javier que es el experto: -No se pueden cruzar pues son especies diferentes, incluso compiten por la comida-
ResponderEliminarMuchas gracias Mauricio en nombre de Javier y el mío por tu visita y tu comentario
MSol, Saludos cordiales